Jóvenes ante un futuro sin futuro: importancia
de la educación en valores como propuesta de desarrollo
personal y social del colectivo juvenil

Young facing a future without a future: the importance of education in
values as a proposal for personal and social development of the youth group

Enrique García Jiménez,
Rocío Lorente García

Resumen

El presente de muchos jóvenes en España está marcado por el signo del desempleo y la precariedad laboral. Esto acentúa la marginación y el riesgo de exclusión social en el colectivo juvenil, pues al quedarse al margen del mercado laboral quedan igualmente excluidos del sistema social o relegados a una situación de marginalidad. Como consecuencia, el futuro se presenta vacío de expectativas laborales y aspiraciones sociales y personales. Así pues, muchos jóvenes de hoy se enfrentan a la paradoja de un futuro sin futuro.

Ante tal situación, defendemos la importancia de la educación en valores para trabajar con estos jóvenes, que puede ser un impulso para mirar al futuro con la esperanza de salir de su situación desde la autoconfianza y la autoestima, levantándolos personalmente y aupándolos socialmente, con la finalidad de que puedan volver a ser incluidos en nuestra sociedad como presente y, sobre todo, como futuro.

Palabras clave: precariedad laboral, juventud, educación en valores.

Abstract

The present of many young people in Spain is marked by the sign of unemployment and job insecurity, to become a central social reality. This accentuates the risk of marginalization and social exclusion in the youth group, as to stay out of the labour market, they are also excluded from social or relegated to a marginal situation system.

As a consequence, the future is empty of labour expectations and social and personal aspirations. Therefore, many young people today are faced with the paradox of a future without a future.

In this situation, we defend the importance of teaching values to work with these young people, it may be an support to look forward with hope to get out of their situation from the self-confidence and self-esteem, lifting personally and helping up socially, in order that they can return to be included in our society as a present, and above all, as a real future.

Key words: job insecurity, young people, teaching values.

Introducción

La crisis económica —que se prolonga desde 2008— está afectando duramente a todos los sistemas económicos y productivos mundiales, y en el caso de España no ha sido la excepción. De hecho, uno de los efectos más negativos de esta crisis es el alto porcentaje de personas desempleadas que se registran en nuestro país y que en muchos casos se están convirtiendo en desempleados de larga duración.

Para entender esta realidad es necesario echar un vistazo a los datos de la situación del empleo en la actualidad en el contexto español. Concretamente, en el primer trimestre de 2015, según la Encuesta de Población Activa (EPA), el número total de parados en España se sitúa en 5 millones 444 mil 600 (INE, 2015a).

Esta falta de empleo que en muchos casos afecta a varios miembros de una misma familia es uno de los tres factores que, según la Estrategia Europea 2020, supone un riesgo de exclusión social para quienes lo padecen.

Precisamente la Plataforma para la Pobreza y la Exclusión Social, una de las iniciativas de la Estrategia Europea 2020, a través del indicador AROPE, 1 considera como personas en riesgo de pobreza y/o exclusión social a aquellas que se encuentran en alguna (o varias) de las siguientes situaciones: vivir con bajos ingresos, sufrir privación material severa y, vivir en hogares con baja tasa de empleo (INE, 2015b).

Desgraciadamente, la realidad del contexto español constata que existen muchas personas que sufren alguna de estas situaciones y en muchos casos las tres, pues son numerosas las familias cuyos miembros están desempleados y se mantienen con una (baja) ayuda asistencial que ni siquiera cubre las necesidades básicas. Concretamente, el informe de la EPA sobre Condiciones de Vida (INE, 2015c) recoge que en el segundo trimestre de 2014 había en España 740 mil 500 sin ningún tipo de ingreso.

En este mismo informe se señala que

el porcentaje de población por debajo del umbral de riesgo de pobreza aumentó respecto al año anterior. La población en riesgo de pobreza es un indicador relativo que mide desigualdad. No mide pobreza absoluta, sino cuántas personas tienen ingresos bajos en relación al conjunto de la población. Así, en la Encuesta de Condiciones de Vida (ECV) de 2014 (y teniendo en cuenta los ingresos de 2013) la tasa de riesgo de pobreza se situó en el 22,2% de la población residente en España, frente al 20,4% registrado el año anterior (INE, 2015c).

La realidad social de los jóvenes en el contexto laboral español

Tras el análisis realizado anteriormente, podemos afirmar que existe una relación directa entre exclusión del empleo y exclusión social, pero lo realmente alarmante es que tener un empleo hoy tampoco garantiza no padecer exclusión social, debido a las precarias condiciones de muchos de los empleos. En este sentido, es interesante el estudio realizado por la fundación FOESSA, que se desarrolla esta hipótesis del siguiente modo:

el contexto de crisis laboral se ha traducido en una reducción del poder de negociación de los trabajadores, que están asistiendo a una precarización de las condiciones en las que desarrollan su actividad. Los hogares en los que la persona sustentadora principal está trabajando han experimentado un aumento de la exclusión de 4 puntos. En el conjunto de los trabajadores ocupados, la tasa de exclusión ha ascendido al 15,1%. Ahora, en la mitad de los hogares excluidos, y en 4 de cada 10 hogares en exclusión severa, hay alguna persona ocupada, algo que en sí mismo no parece suficiente para superar estas situaciones más problemáticas (Lorenzo Gilsanz, 2014: 195).

Pero si hablamos de paro juvenil, la situación se recrudece aún más. El sector de los jóvenes es el más castigado por la crisis y el desempleo en España. En este sentido, en julio de 2012, quizás uno de los momentos más críticos desde el comienzo de la crisis económica, la tasa de paro entre los jóvenes de hasta 25 años era del 51.2%, llegando al techo del 55.7% en el 2014. Actualmente, según datos del primer trimestre de la Encuesta de Población Activa (EPA), esta tasa de desempleo juvenil se sitúa en el 51.4%.

Más allá de la exactitud de los datos y su correspondencia con la realidad —al confundir a los jóvenes de la franja de edad de 16 a 24 años con los laboralmente activos, como indica Elzo (2014)—, nos encontramos ante un panorama desolador para el universo de los jóvenes en lo que respecta a la consecución de empleo y al futuro laboral.

Sin embargo, esta situación no es nueva. En el contexto de la bonanza económica y el boom del ladrillo, ya comenzaba a vislumbrarse un mercado laboral complicado e incierto para los jóvenes, quedando desde entonces en una situación cuando menos precaria o en riesgo de exclusión social. Esta problemática juvenil basada en la precariedad hace que sea sustituida en muchos casos la estratificación de clase social por la de edad, como indica Martín Criado (2002), siendo los propios jóvenes relegados a la parte más baja de esta forma de estratificación por edad.

No obstante, existe una diferencia relevante entre la problemática laboral de los jóvenes en los años anteriores a la crisis y en la actualidad. En esos años de bienestar económico, la opinión pública culpabilizaba al joven que se encontraba en situación de desempleo, aludiendo apatía, falta de motivación, falta de interés por trabajar y por estudiar. Por el contrario, desde 2008 y hasta la actualidad, los jóvenes han dejado de ser enjuiciados como culpables máximos de su situación laboral de precariedad y desempleo, y se ha pasado a compadecerlos, centrando las críticas en la nefasta situación del mercado laboral, la gestión por parte de los gobiernos de las reformas laborales y el contexto generalizado de crisis (Cano Hila, 2014).

Generación nini

La visión de culpabilidad del joven en los años precedentes a la crisis da como resultado el surgimiento de la llamada generación nini, que supone el reconocimiento de la existencia de una generación de jóvenes que sienten rechazo tanto a estudiar como a trabajar. Según señala Tezanos (2013), nos encontramos ante una generación de jóvenes pragmática, que ha perdido la ilusión y la fuerza por las distintas conquistas sociales y que se muestra apática y acomodaticia, sin buscar responsabilidades y viviendo únicamente el presente desde el ocio y el disfrute.

Este es el pensamiento del que surge la generación nini. En un contexto de crecimiento y bienestar económico, el panorama laboral de los jóvenes ya comenzaba a vislumbrarse complicado. Asimismo, la mentalidad posmoderna,2 que irrumpe con fuerza desde las últimas dos décadas del siglo XX, también propicia el encumbramiento de los nini. Son los dos factores en los que se enmarca esta generación de jóvenes que se caracterizan por el rechazo a estudiar y a trabajar.

Estos jóvenes, al amparo de sus padres y arropados por el estado de bienestar, que aunque mejorable se presentaba como suficiente, contaban con las necesidades básicas cubiertas, obviando el esfuerzo y la superación personal, tanto en el terreno educativo como en el laboral; se abandonaron al espíritu conformista que les impedía todo cambio ascendente de estatus social pero que les proporcionaba una vida sin preocupaciones ni responsabilidades, centrada en el disfrute del presente a través del ocio (INJUVE, 2011).

Sin embargo, con la llegada de la crisis en 2008, comenzó a entenderse el concepto de generación nini desde una perspectiva diferente, basada en la compasión hacia el joven. Como quedó dicho antes, la crisis económica posibilita que la sociedad en su conjunto cambie la concepción del joven respecto a su difícil situación en el mercado laboral, pasando de culpabilizarlo a compadecerlo y disculparlo.

Esto propicia que desde la irrupción de la crisis el concepto de generación nini se haya transformado. Desde 2008 hasta la actualidad, se sigue hablando de jóvenes que no estudian ni trabajan, pero ya no porque no quieren sino porque el mercado laboral y la situación económica general les imposibilitan hacerlo. Se trata en muchos casos de jóvenes que abandonaron con prontitud los estudios para introducirse en el mercado laboral y que han perdido su empleo, y por su falta de formación les resulta especialmente difícil encontrar un trabajo, al tiempo que por razones económicas no pueden permitirse retomar los estudios.

Así pues, desde 2008 se denomina generación nini a aquellos jóvenes (de entre 18 y 34 años) cuyo rasgo distintivo es que no tienen acceso a la educación formal, sobre todo por razones económicas y de capital cultural, pero tampoco al mercado laboral, principalmente por su escasa formación. Así, estos jóvenes adquieren una condición de marginalidad y quedan en claro riesgo de exclusión social (Téllez Velasco, 2011).

A la luz de los datos, podemos observar la incidencia de los jóvenes nini en los últimos años. En este sentido, según datos del Eurostat recogidos en el diario El País (11 de junio de 2011), el porcentaje de jóvenes españoles de 18 a 24 años que ni estudian ni trabajan es de 23.8%, siendo por tanto uno de los países de Europa con mayor tasa de ninis. Por el contrario, antes de la crisis el porcentaje de jóvenes que no estudiaban ni trabajaban —desde la concepción de la culpabilidad del propio joven— era de 14%.

Generación mileurista

Otra forma de categorización, acuñada por diversos sociólogos, que define muy bien la situación de muchos jóvenes en nuestro país es la generación mileurista. Supone una concepción que igualmente hace referencia a la posición de marginalidad y riesgo de exclusión social de los jóvenes.

Este concepto parte de la situación de precariedad laboral de los jóvenes ya desde antes del comienzo de la crisis económica. Tiene su origen en el año 2005 y se utilizó para designar a todas aquellas personas que no ganaban más de mil euros mensuales a pesar de tener un título universitario y en muchos casos estudios de tercer ciclo (doctorado, máster, etc.) o de idiomas. El grupo más nutrido en torno a este salario lo formaban los jóvenes. En aquel momento, esta situación suponía un estado preocupante de precariedad, pues andábamos en pleno crecimiento económico, con unos sueldos medios mayores a los de esta generación mileurista. Esta precariedad, además de lo estrictamente económico, afectaba igualmente lo contractual, proliferando contratos temporales, de formación, de prácticas, becas, etc. alejados de la estabilidad laboral deseada (Casanovas y Vall-Llosera, 2013).

La consecuencia directa de la precariedad económica y laboral de estos jóvenes era la inestabilidad en la globalidad de su vida, que propiciaba situaciones como la dependencia o apoyo económico de los padres, el alojamiento en el hogar paterno —o en el mejor de los casos en una vivienda compartida—, ausencia de coche, falta de ahorros… en definitiva, la generación mileurista afrontaba un tipo de vida de estudiante perpetuo, un vivir al día constante (Freire, 2008).

Estos jóvenes eran los mejor preparados hasta la fecha en España y sin embargo veían en peligro la posibilidad de rentabilizar las inversiones formativas realizadas, dada la situación de precariedad laboral en la que se veían envueltos, con el consiguiente riesgo de debilitar sus transiciones a la vida adulta. Todo esto traía en los jóvenes una evidente desesperación y una lógica frustración (Gentile, 2014).

Debido a su gran presencia mediática, el término mileurista pasó a aplicarse principalmente a un marco generacional y a una forma de enfrentarse a la vida, como lo fueron la generación del 68 o la generación ochentera. Sin embargo, en esta ocasión, los jóvenes mileuristas tenían sobradas razones para cuestionar y dejar atrás esta etiqueta (Freire, 2006).

Lo singular de estos jóvenes es que han tenido unas oportunidades formativas de ascenso en el nivel educativo muy superiores a las de las generaciones anteriores, con la consiguiente aspiración a consolidar una movilidad social ascendente respecto a sus padres y abuelos. Sin embargo, dicha aspiración se ha visto truncada por la precariedad laboral, al grado de que en muchos casos estos jóvenes hayan tenido un nivel de vida inferior al que tuvieron las generaciones que les precedieron, sobre todo las inmediatamente anteriores. En otras palabras, los padres de estos jóvenes mileuristas pudieron cumplir su sueño de superar a los padres en todo, obteniendo un mejor empleo, una mejor vivienda y, en definitiva, mayor calidad de vida. Sin embargo, estos mileuristas no han conseguido superar a sus padres, sino más bien retroceder en muchos casos al nivel de vida de sus abuelos (Gil, 2009).

Hoy, la generación mileurista como tal ha perdido en gran parte su sentido, puesto que la crisis económica, con el enorme debilitamiento del mercado laboral y el gran crecimiento de la tasa de desempleo y de la precariedad laboral, han contribuido a un retroceso significativo del nivel de vida de los españoles, con un consiguiente descenso de los salarios y su consecuente pérdida de poder adquisitivo. Por tanto, hablar hoy de mileuristas —o personas que ganan menos de mil euros mensuales— como precarios es un lujo, dadas las condiciones económicas y laborales del conjunto de la población.

Sin embargo, el sentido profundo del término mileurista, que aludía a la situación de precariedad laboral e inestabilidad juvenil a nivel social, sigue plenamente vigente; de hecho, supone el origen o la antesala de lo que hoy conocemos como generación perdida, que se asienta igualmente sobre la base de la precariedad, la marginalidad y el riesgo de exclusión social.

Generación perdida

El término generación perdida alude a un grupo importante de jóvenes que se encuentran en situación de precariedad debido a la falta de empleo o a unas condiciones laborales pésimas, entre las que se incluyen, aparte del salario, el bajo reconocimiento social y la obtención de un puesto de trabajo por debajo de su cualificación.

Por tanto, la generación perdida es considerada como una generación de excluidos, ya que al comenzar a integrarse dentro de la dinámica laboral se han visto envueltos en un clima de deslocalización, de adelgazamiento de la administración y de pérdida de presencia del empleo fijo en beneficio del empleo temporal y precario. Al mismo tiempo, los jóvenes protagonistas de esta generación han crecido y se han desarrollado en las nuevas tecnologías, con una fuerte presencia en las redes sociales y con fórmulas alternativas de comunicación (Vallejo, 2013).

La llamada generación perdida hace referencia a un doble fenómeno. Por un lado, a aquellos jóvenes poco cualificados que abandonaron la institución educativa con prontitud, seducidos por los cantos de sirena del mundo laboral, especialmente del sector de la construcción que se encontraba al alza en los años previos al estallido de la crisis. Muchos jóvenes siguieron el ejemplo de otros muchos que se encontraban ya inmersos en el mercado laboral ganando sueldos muy elevados sin la necesidad de tener formación. Pero con la crisis económica de 2008 llegó la decepción: el sector de la construcción comenzó a caer con fuerza y se perdieron muchos empleos en todos los niveles. Por tanto, estos jóvenes que habían cambiado las aulas por un trabajo en la construcción que no exigía cualificación, se vieron sin empleo y sin grandes expectativas de futuro debido a su escasa formación. En un principio mantuvieron el colchón de la prestación por desempleo, pero al pasar a ser parados de larga duración y han perdido toda ayuda o prestación, se les advierte un futuro laboral muy complicado. Una de las salidas por las que están optando estos jóvenes es la vuelta a los pupitres para obtener una formación que los capacite para competir en el mercado laboral. Sin embargo, muchos de ellos se encuentran en una situación económica límite o no pueden disponer de ayuda familiar, por lo que acaban convirtiéndose en jóvenes nini en contra de su voluntad (Casanovas y Vall-Llosera, 2013).

Por otro lado, la generación perdida abarca igualmente al otro extremo de la balanza: jóvenes cualificados e incluso sobrecualificados que forman parte de la generación mejor preparada de España y que no consiguen encontrar empleo o, en el mejor de los casos, el trabajo que logran obtener está muy por debajo de sus expectativas y de su cualificación académica y profesional.

Como quedó dicho antes, el paro juvenil es una de las grandes lacras de la sociedad española en la actualidad, que afecta incluso, como se ejemplifica a través de estos jóvenes, a la población más preparada y con mayor nivel de estudios. La dificultad de inserción laboral de estos jóvenes sobrecualificados se debe principalmente al desajuste entre la educación y el mercado, producido por una inadecuada preparación en el sistema educativo para el mundo del trabajo. Todo esto provoca el infraempleo, que redunda en la desmotivación de este sector juvenil cualificado. Este desajuste educativo-laboral no es nuevo en España, pero se ha agudizado tras la irrupción de la crisis en 2008 (INJUVE, 2013).

Una vía de escape a esta situación la encontramos en emigración, potenciando la llamada fuga de cerebros. En este sentido, en los últimos años y acrecentado por la crisis y falta de oportunidades en España, se está produciendo un fenómeno migratorio que consistente en la salida de muchos españoles, sobre todo jóvenes, para trabajar —o buscar trabajo— en el extranjero, principalmente en los países más desarrollados de la Unión Europea. Es una realidad en esencia distinta a la que se produjo en los años cincuenta y sesenta, pues ahora hablamos de personas cualificadas pero sin sitio dentro del mercado laboral español.

Como señala Santos Ortega (2013), en cierto modo este fenómeno social de fuga de cerebros implica una nueva dimensión de la precariedad, pues supone romper con el propio contexto social y es un doloroso destino para los jóvenes españoles. Sin embargo, existe cierta ambivalencia al tratar este tema, pues la salida al extranjero también puede verse como una oportunidad para obtener mayores capacitaciones y mejorar en un contexto social y laboral marcado por la movilidad a nivel global.

Estos jóvenes sobrecualificados que forman parte de la generación perdida representan la nueva cara de aquella generación mileurista de los años previos a la crisis. En realidad, estamos ante un fenómeno muy similar que se agudiza aun más en esta versión renovada de los mileuristas.

Finalmente, a muchos de los jóvenes de hoy les cuesta mirarse y ser conscientes de su propia realidad; les cuesta afrontar que se encuentran abocados a una crisis y a un fracaso sistémico en una sociedad que no les deja otra opción que la exclusión. Por ello, viven su realidad con gran pesadumbre, pero al mismo tiempo con un gran esfuerzo constructivo para intentar salir delante, con capacidad emprendedora y con ideas y recursos innovadores (Tezanos, 2013).

Consecuencias sociales del desempleo
y la precariedad laboral para los jóvenes

La difícil situación de los jóvenes en el ámbito laboral trae consigo una serie de consecuencias sociales que se vienen apuntando desde hace años en España, pero que se han agudizado más desde la crisis económica.

Como es sabido, la sociedad actual ensalza el hecho de ser joven, produciéndose un significativo proceso de juvenilización de la sociedad o, en palabras de Álvaro y Nascimento (2014), un alargamiento de la juventud y de la identidad juvenil. En este contexto, el paso de la juventud a la vida adulta se caracteriza por el tránsito de la precariedad a la estabilidad, basada en cuatro condiciones que definen a los adultos de pleno derecho: trabajo fijo, pareja estable, domicilio fijo y descendencia (Avelló y Muñoz, 2002). El alargamiento de la juventud se acentúa en muchos casos por el estancamiento en la precariedad, al resultar cada vez más difícil para las personas jóvenes asumir condiciones de estabilidad.

Los jóvenes se encuentran cada vez más excluidos y fuera del sistema debido a la falta de oportunidades laborales y a las pésimas condiciones en las que se desenvuelven en el mercado laboral. Así pues, el propio mercado laboral está condenando a los jóvenes a vivir en una eterna juventud, financiando en mayor medida la precariedad y dificultando la transición hacia la estabilidad (Martín, 2002).

Por otra parte, ante su nefasta realidad laboral, aumenta la dependencia de los jóvenes respecto a sus padres, no sólo desde el punto de vista económico sino también de la vivienda. Es por ello que las estrategias y los procesos de emancipación de la población joven son cada vez más tardíos. Esto es consecuencia directa de su estado de precariedad y marginalidad a nivel sociolaboral, pero no de forma completa.

En este sentido, la propia idiosincrasia de la juventud española, amparada por los propios valores de una cultura en la que predomina un fuerte apego a los vínculos familiares, potencia el retraso del abandono del hogar paterno en mucho mayor grado que en otros países europeos. Por ello, la dependencia residencial de los jóvenes en España tradicionalmente ha sido bastante elevada, incluso en los años de bonanza económica. Asimismo, la cultura y los valores propios de la posmodernidad inciden en la dependencia económica y residencial de los jóvenes, de tal manera que se produce una sintonía entre el estilo de vida de los jóvenes y los valores posmodernos: la centralidad del yo, la búsqueda inmediata del placer y la idea de vivir sólo el presente desde la óptica del consumo y el disfrute.

Así, los jóvenes retrasan la emancipación, pues la dependencia no les supone un obstáculo sino, por el contrario, despojarse de preocupaciones y responsabilidades propias del mundo adulto (García, 2013). Sin embargo, prolongar la dependencia familiar supone en sí mismo un factor de exclusión social para los jóvenes, a pesar de que pueda ser coherente con el proyecto posmoderno y con el apego a la familia. Al no emanciparse, los jóvenes son excluidos del mundo de los adultos, pues siguen inmersos en el universo juvenil, lo que supone un grave riesgo de marginalidad (García y Martínez, 2012).

Igualmente, el alargamiento de la juventud y la dependencia económica y residencial propicia un retraso en la constitución de la propia familia por parte del joven, lo cual supone un retraso en la estabilidad de su vida sentimental, todo ello con el telón de fondo de la precariedad laboral, la marginalidad y el desempleo. Como dato significativo, según el INE, en 2014 la edad media en la que una mujer tenía su primer hijo en España es de 32.7 años, muy por encima de la media europea, que es de 29.7 años.

Finalmente, la perspectiva de un futuro incierto y la falta de oportunidades laborales están llevando a los jóvenes a una obsesión por el credencialismo, esto es, por la acumulación de títulos y diplomas educativos que certifiquen una formación determinada para poder destacarse dentro del maltrecho mercado de trabajo español.

De esta forma, la generación mejor preparada de la historia de España opta por continuar, y mejorar si cabe, su ya de por sí notable formación en busca de nuevas y mejores oportunidades laborales. Sin embargo, en muchos casos no consiguen introducirse con éxito en el mercado laboral y con un puesto basado en su capacitación. Ante este panorama, la frustración y el desánimo los invade, al tiempo que la inestabilidad en todos los niveles se cierne sobre su futuro, con grave riesgo de convertirse en esa generación perdida de la que tanto desean huir. Bien es cierto que no se trata de una actitud unánime, sino que hay entre los jóvenes otras actitudes y sentimientos vitales de optimismo por la construcción de un futuro laboral y personal con mejores perspectivas, alejado de la pesadumbre existencial en la que buena parte de la sociedad pretende enterrar a los jóvenes de hoy (González-Anleo y González, 2010).

Propuesta de educación en valores para el desarrollo
personal y emocional de los jóvenes

A partir de esta radiografía de la situación social y laboral de los jóvenes, en la que la marginalidad y la exclusión social se encuentran cercanas al colectivo juvenil, defendemos la importancia de trabajar el aspecto emocional y anímico de las personas afectadas para evitar o reducir al máximo posible los sentimientos de frustración, desánimo y vulnerabilidad que pueden desembocar en trastornos como sentimiento de contradicción, dependencia, impacto en su salud mental (Pradales, 2000), problemas en la construcción de la identidad y el bienestar psicológico (Gallardo, 2011), pérdida de autoestima, debilitamiento de la red social, inseguridad, etc.

Es cierto que ya existen iniciativas encaminadas a orientar a las personas desempleadas, a formarlas en cualquier aspecto del ámbito laboral y a dotarlas de herramientas para encontrar un mejor empleo y obtener mayores oportunidades laborales. En este sentido, destacan los servicios de orientación y formación laboral, las entrevistas en profundidad, los seminarios que profundizan en técnicas de búsqueda de empleo, la formación complementaria, etc.3

Sin embargo, este tipo de iniciativas inciden en la preparación para el trabajo pero no en las consecuencias de la vulnerabilidad laboral en el aspecto emocional y anímico de las personas. Por ello creemos en la importancia de crear programas educativos enfocados al desarrollo personal y la estabilidad emocional de los jóvenes que han perdido su empleo, se encuentran en una situación de precariedad laboral y social o no tienen perspectivas a corto plazo de un futuro óptimo basado en un puesto de trabajo estable y deseable.

En este sentido, planteamos los aspectos sobre los cuales creemos necesario trabajar con el colectivo de jóvenes en situación de marginalidad laboral y en riesgo de exclusión social.

Para incidir sobre el estado de desánimo en el que pueden verse estas personas, es importante reforzar el valor de la esperanza. Sin duda, en la situación en la que se encuentran, esto es difícil de materializar, pues resulta contradictorio con la realidad que están viviendo y con las pobres expectativas que se les presentan. Aun así, es importante favorecer un planteamiento interno positivo; es fundamental trabajar con ellos la búsqueda de la esperanza como motor para el cambio vital, desde una óptica humanística que incida en la importancia de mirar con optimismo el futuro, no como utopía o quimera, sino como sólido argumento para confiar en el cambio.

Otro elemento clave para la estabilidad personal y emocional de los jóvenes en situación de vulnerabilidad es la motivación por seguir adelante y salir de su situación actual. Como defiende Elzo (2007), si siempre la competencia en lo personal y en lo profesional ha sido necesaria, ahora lo es todavía más. No basta sólo la buena voluntad en lo que se haga sino que es preciso adquirir nuevos conocimientos y estar en constante aprendizaje, para ajustarse personalmente a la situación profesional. En los tiempos actuales ser competente exige muchísimas cosas, más allá de concernientes a un puesto concreto. En esta línea, es importante que sean conscientes y valoren la formación complementaria que están adquiriendo, aunque a veces tengan la sensación de que no es suficiente para su inserción o permanencia en el mercado laboral.

Otro de los aspectos que creemos fundamental trabajar con el colectivo juvenil es el valor de la seguridad, encaminada a favorecer la estabilidad emocional a través de la confianza en uno mismo; esto es, reforzar la conciencia del poder que se tiene para afrontar las dificultades. Para ello es importante redescubrir las formas para combatir el estrés provocado por la falta de empleo o la precariedad laboral. Pensamos que sería conveniente facilitar a los jóvenes diferentes técnicas de relajación y control de la ansiedad, así como el entrenamiento de habilidades sociales que ayuden a reforzar la seguridad en sí mismos.

Una vez perdida, resulta difícil recuperar la confianza en uno mismo. Por ello es imprescindible el trabajo centrado en la autoestima desde los aspectos psicológicos, como trampolín para su desarrollo, reintegración social y revalorización personal. De hecho, la baja autoestima y, por tanto, la nula creencia en las propias capacidades, es uno de los problemas más acuciantes de las personas en situación de vulnerabilidad. Por ello, es muy importante trabajar en esta línea con el colectivo que nos ocupa.

La baja autoestima puede tener consecuencias personales nefastas, pues la falta de confianza en las propias posibilidades conduce a una dejadez y abandono que debilita los procesos de integración a las redes sociales, lo que lleva cada vez en mayor grado a la exclusión social del individuo.

Creemos que la empatía, es otro de los valores que deben trabajar en este tipo de programas, pues esta nos acerca al ejercicio sociológico básico de ir más allá de lo evidente respecto a un objeto o acontecimiento social y nos permite derribar los muros de aquello que damos por sentado para adentrarnos de lleno en la raíz. Gracias a la empatía somos capaces de ver más allá de lo que todo el mundo ve y comprender las causas y motivaciones que llevan al individuo a actuar de la forma en que lo hace, con base en su contexto social y las particularidades del proceso de socialización recibido.

Por último, y en relación con el valor de la empatía, consideramos el altruismo como otro aspecto clave en el desarrollo personal y emocional de estos jóvenes. La oportunidad de poder trabajar con otros colectivos en riesgo de exclusión social o marginales supone, en primer lugar, poner a disposición de los demás los conocimientos, habilidades, recursos y estrategias propias de forma desinteresada. En segundo lugar, este ofrecimiento basado en la gratuidad supone un enriquecimiento y desarrollo a nivel personal, imposible de adquirir a través de otras experiencias. Asimismo, aun sin ser el objetivo fundamental, se puede adquirir a través del voluntariado un reconocimiento laboral en forma de experiencia que resulta útil en el futuro desempeño de la profesión.

En este sentido, sería interesante proponer experiencias de voluntariado afines al área profesional de cada joven, con el objetivo de que su óptima implicación y la calidad de su trabajo repercuta positivamente en beneficio de los colectivos con los que se colabore.

Conclusiones

A lo largo de las páginas anteriores hemos ido profundizando en la situación de los jóvenes españoles respecto al ámbito laboral y social, y las conclusiones no son muy halagüeñas para este colectivo.

Algunas de las denominaciones que se les han dado a los jóvenes para destacar su realidad son ninis, mileuristas, miembros de la generación perdida, entre otras menos significativas; todas ellas ponen de manifiesto la situación de paro y precariedad laboral que arrastran, con el consiguiente riesgo de marginación y exclusión social.

Sin embargo, desde aquí no se detalla una propuesta de superación o transformación de la realidad social de tantos jóvenes de hoy. No es esa la línea marcada para este artículo. Nuestra tesis, por el contrario, se centra en la importancia de la educación en valores para trabajar con los jóvenes que se encuentran ante esta desgraciada realidad social, como un impulso para mirar al futuro con la esperanza de salir de su situación desde la autoconfianza y la autoestima. Para ello es necesario ir más allá de los aspectos puramente psicológicos del individuo, aludiendo desde la axiología hasta la raíz de la educación y el contexto social que los rodea.

No se puede pretender volver a incluir a estos jóvenes en la dinámica social a través del mercado de trabajo sin atender previamente la parte más humana y personal. Resulta crucial poner énfasis en la educación, atendiendo de forma más concreta el ámbito de los valores, que sin duda ayudarán a los jóvenes a reencontrar la motivación y la fuerza para pasar de la exclusión a la inclusión.

El colectivo juvenil, objeto de nuestro análisis, demanda atención e interés en su realidad y su persona. Esta necesidad tiene su origen en el sentimiento de frustración que arrastran debido a una ruptura con la sociedad causada por la exclusión o la marginación en el mercado laboral.

Por ello, la educación en valores por la que apostamos se debe apoyar sobre todo en el diálogo, la escucha y la comunicación de experiencias.

La sociedad rígida, firme y sin contemplaciones excluye a estos jóvenes abocándoles, como le gusta decir a Tezanos (2013), a un fracaso sistémico en el que se ven envueltos por factores en muchos casos ajenos a ellos mismos, procedentes del contexto de crisis económica en el que España se encuentra inmersa desde 2008.

Pero si la sociedad excluye, la educación debe tener siempre la misión de incluir, aunque no sea tarea fácil. No existe una mayor herramienta de rehabilitación e inclusión en nuestra sociedad que la educación, en cualquiera de sus vertientes y, en este caso, desde la axiología.

Pero los valores no tienen sentido en nuestra tesis como cuestiones morales o dilemas éticos, sino como favorecedores del desarrollo personal y social de estos jóvenes lastrados por el pesimismo existencial y por un futuro sin futuro, esto es, sin perspectivas ni aspiraciones laborales, lo que incide de manera negativa en su aspecto relacional, familiar y sentimental.

Creemos firmemente en que la educación en valores impulsará social y personalmente a estos jóvenes y, en definitiva, los volverá a integrar al presente y, sobre todo, al futuro real; esto es lo que la sociedad en su conjunto espera de ellos, al ser la principal baza y la mayor ventaja que pueden aportar frente a otros grupos de edad.

Fuentes

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Fecha de recepción: 27 de junio de 2015
Fecha de aceptación: 15 de julio de 2015

Enrique García Jiménez. Doctor en Sociología por la Universidad de Granada. Es coautor de libros y de diversas publicaciones en revistas de impacto científico nacionales y extranjeras, tanto de habla inglesa como de habla hispana, así como de capítulos de libro y actas de congresos. Profesor Ayudante Doctor de Sociología de la Educación en los Grados de Educación Infantil y Educación Primaria. Coordinador de Proyecto del Innovación Docente “Los Trabajos Fin de grado como propuesta de innovación metodológica” en el Centro de Magisterio “La Inmaculada” de la Universidad de Granada. Correo electrónico: enriquegj@eulainmaculada.com

Rocío Lorente García. Licenciada en Pedagogía. En 2011, obtiene el Doble Título de Doctora por las Universidades de Granada (España) y Tor Vergata (Roma, Italia). Es miembro del grupo de Investigación Políticas y Reformas Educativas de la Universidad de Granada desde el año 2006, participando en numerosos proyectos de Investigación Nacionales e Internacionales. Tiene diversas publicaciones en revistas de impacto científico, así como libros y capítulos de libros, en materia de políticas y reformas educativas, educación comparada y pedagogía social En la actualidad desarrolla su carrera docente en la Universidad de Jaén (España).

1 AROPE, por sus siglas en inglés, At risk of poverty or social exclusion.

2 Regida con base en valores como el individualismo, consumismo, materialismo, hedonismo, inestabilidad emocional, etc. Para leer más sobre el tema: García y Lorente (2015).

3 Estas iniciativas, promovidas por el Ministerio de Empleo y Seguridad Social, están desarrolladas en los siguientes sitios: http://www.sepe.es/contenidos/personas/encontrar_empleo/ofertas_empleo.html, http://www.sepe.es/contenidos/personas/formacion/cursos/buscador_cursos.html