Paisaje y migración: El valor simbólico de la movilidad

Landscape and migration: Symbolic value of mobility

 

Miriam Reyes Tovar

Doctora en Geografía. Universidad de Guanajuato. Campus Celaya-Salvatierra. ORCID 00000002-7721-028X. Temas de investigación: Análisis del territorio y paisaje en los procesos de movilidad. Diagnósticos socioterritoriales de los asentamientos humanos. miriam.reyes@ugto.mx

 

 

Resumen

Pensar en el valor simbólico, emotivo y perceptivo de la migración, desde una mirada geográfica, es hacer mención de sus componentes socioespaciales. Particularmente, el paisaje, entendido como un espacio presente para el sujeto, cuyo campo de interpretación, creación y experiencia de vida, le otorga un valor que puede ser materializado o ensoñado. En este trabajo, se presenta una aproximación teórica hacia la relación que posee el paisaje y el proceso migratorio, para develar, el valor simbólico que poseen los lugares con fuerte carga significativa para aquellos a quien la migración, les sirve como relato comparativo. Otorgando así, un valor reflexivo en la forma en la cual debe entenderse el paisaje en su expresión vivencial.

 

Palabras clave: Paisaje, migración, geografía humana.

 

Abstract

To think about the symbolic, emotional and perceptive value of migration, from a geographical point of view, is to mention its socio-spatial components. In particular, the landscape, understood as a present space for the subject, whose field of interpretation, creation and life experience, gives it a value that can be materialized or dreamed of. In this paper, a theoretical approach to the relationship between the landscape and the migratory process is presented, to reveal the symbolic value that places with a strong significant burden have for those for whom migration serves as a comparative story. Thus, they give a reflective value to the way in which the landscape should be understood in its experiential expression.

 

Keywords: Landscape, Migration, Human Geography.

 

Introducción

La migración ocurrida en el marco de una movilización social a nivel global, ha traído como consecuencia una reinterpretación y revalorización del espacio de vida de las personas que deciden o deben migrar, de aquellas que se quedan y también de aquellos a quienes la movilidad migratoria les impacta en una modificación espacial. En ambos casos, se tiene que buscar la forma de adaptarse a estos nuevos espacios, ya sea a través de un cambio en la dinámica social o en la revaloración y reapropiación de sus significados espaciales, impactando en una reconfiguración simbólica y cultural de sus paisajes.

En este sentido, el fenómeno de la migración, no sólo ocurre con el desplazamiento geográfico, sino que también ejerce un desplazamiento cultural en el que el migrante se ve inmerso en una experiencia fragmentada, ya que en el momento de su partida lleva consigo toda una producción cultural y paisajística que, al situarse frente a lo “otro”, inicia una dinámica de intercambio de significados entre los suyos y los nuevos. Es decir, el fenómeno de la migración transnacional nos obliga a reflexionar en torno a la relación que se da entre “el uno” y “el otro”, entre la imaginación y la vida social, y la identidad colectiva. Si partimos del hecho de que la globalización usualmente es entendida como un proceso de interdependencia mundial, anulación de distancias debido a los avances tecnológicos y comunicacionales que facilitan la ruptura con las fronteras

físicas, entonces se estaría hablando de una idea de apertura, de movilidad, de dinamismo, incluso de descubrimiento. Sin embargo, en esta visión, no se mencionan los cambios a los cuales se tienen que enfrentar los migrantes, principalmente para la configuración de sus espacios de vida y la forma en la que estos se proyectan físicamente, a través del paisaje y de manera sensible, mediante la forma en la cual se les simbolizan y significan.

Bajo este marco de interpretación, se menciona al fenómeno migratorio y las comunidades transculturales en la globalización, como complejos sistemas de redes de intercambio cultural y de circulación de personas que establecen patrones de desplazamiento circular y recurrente entre sus comunidades de origen y diversas zonas de arribo, las cuales tienden a reconfigurar sus lugares en ambos lados de la frontera y se proyectan en un campo visible y simbólico, como lo es el paisaje.

Aunque la migración no es un proceso nuevo, hoy se ha convertido en uno de los fenómenos socio-culturales y económicos sobresalientes por su enorme relevancia a escala planetaria y local, por lo que ocupa un lugar primordial en las agendas nacionales e internacionales. Entonces, no podemos dejar de lado que actualmente la migración ya no sólo se reconoce por el cruce de fronteras geográficas, sino que debido a la globalización se han involucrado otros factores que anteriormente no eran tan fáciles de vislumbra; como lo son las rupturas sociales en el ámbito familiar, la desestabilización social, la reorganización social de las comunidades y los procesos para la estructuración de una nueva dinámica social.

En este sentido, es importante recordar la referencia de Robert Smith (2002) sobre lo transnacional, como la forma en lo que lo local llega a ser global, y en el cómo todos los lugares se encuentran ahora mucho más interrelacionados a la escala planetaria por los mercados económicos, la información, la diseminación y la homogenización cultural. Sin embargo, y en un marco de actualización sobre los encuentros cada vez más acelerados en la actualidad, es importante destacar el aspecto de la diversificación cultural que ha sido producto de la glocalización, esto en muy buena medida debido a los procesos de autodeterminación de actores sociales que han sido desplazados por los fenómenos de la globalización neoliberal; tal es el caso de la migración y las consecuencias que esto ha traído en las políticas migratorias, los procesos de identificación y ciudanía en y entre los territorios, así como las significaciones que se le ha otorgado al campo más humano de la migración, los propios migrantes y sus manifestaciones en el espacio público.

Por lo anterior, el presente trabajo establece una reflexión respecto a la reorganización paisajística que el fenómeno migratorio detona en el campo sensible de la vivencia de los lugares; donde, además las representaciones, su valoración e interpretación están demarcadas por una experiencia espacial dada en el campo de la interacción cultural. Para esta reflexión, el trabajo se presenta en tres apartados; el primero de ellos, muestra la aproximación teórica que demarca el valor fenomenológico que presenta el concepto de paisaje en su relación con el fenómeno migratorio. El segundo, muestra un abordaje hacia un caso particular que describe el proceso de la simbolización y significación de su paisaje cotidiano, que se demarca como diferente ante las ideas presentes de la experiencia migratoria indirecta. Esto como un campo que permita, en un tercer apartado, discutir sobre el valor que tiene el paisaje en su construcción simbólico-cultural en el abordaje migratorio.

 

Aproximación

Establecer un marco de entendimiento inicial sobre la importancia que posee la dimensión espacial y cultural de un proceso migratorio, conlleva la impronta necesidad por revisitar algunos de los aspectos teóricos más importantes sobre su desarrollo como campo de estudio y espacio de reflexión. Ante ello, en su trabajo, “Teoría transnacional: revisitando la comunidad de los antropólogos”, Yerko Castro (2005), retoma los orígenes de la investigación de migrantes centroamericanos en Nueva York, resaltando el trabajo de Nina Glick Schiller (1992), particularmente, en el énfasis que realiza sobre los aspectos culturales con el objetivo de reconocer que muchos migrantes, lejos de asimilarse invariablemente a la sociedad a la que han llegado, mantienen relaciones económicas, políticas y sociales con sus lugares de origen. Destacando en dicha propuesta como eje central, un enfoque organizativo espacial, en el campo de las llamadas “comunidades transculturales”.

En este sentido, se destaca el trabajo realizado por Roger Rause a finales de los años 80, en el cual, estudia la migración entre dos comunidades: Aguililla en Michoacán, México y Redwood City en California. Según Yerko Castro (2005:182), Roger Rause pone particular interés en los flujos que establecen los migrantes, ya sea de personas, de intercambios simbólicos o de bienes materiales. Derivado de ello, Rause elabora la noción o concepto de “circuito migratorio transnacional”, para destacar aquellos aspectos espaciales del transnacionalismo y que versan sobre la permanencia de elementos culturales en un nuevo territorio y la interacción con los nuevos elementos que le dan sentido a su proceso de identificación y separación social y cultural.

En los estudios sobre las comunidades transnacionales, como un primer acercamiento hacia la teoría transnacional inscrita en los estudios sobre la globalización, es necesario mencionar, cómo los sujetos pueden mantener vínculos con sus comunidades de origen, con autonomía respecto al control del Estado, y con persistencia y reinvención de formas culturales y costumbres que los arraigan como comunidad. Ello da oportunidad para que la comunidad siga existiendo a pesar de no estar vinculada a un lugar o a una localidad determinada. En un segundo acercamiento, Yerko Castro (2005), menciona que se han desarrollado varias perspectivas que destacan que las comunidades transnacionales responden a una incipiente solidaridad de clase, como lo propone Alejandro Portes en su obra Globalization from below: the rise of transnational communities (1997). Otras perspectivas, a su vez, hacen hincapié en los procesos políticos o en la estructuración de formas de vida transnacionales, como lo son el trabajo denominado “Estudios transnacionales y ciudadanía transnacional” de Besserer (1999), y otro cuyo título es “Avances en el estudio de las relaciones transnacionales y la política mundial” de Risse Thomas (1999). Lo relevante del trabajo de Yerko Castro (2005), es la hipótesis que guía su investigación. En el cual señala que podrán existir muchas posibilidades para entender la configuración y transformación de las comunidades transnacionales, así como la elaboración de una teoría de lo transnacional que sea capaz de abarcar los diferentes campos de su estudio. Pero lo importante, es que la teoría transnacional no constituye aún un cuerpo teórico cerrado ni totalmente acabado, sino que se encuentra en permanente construcción, se desea señalar lo pertinente de su apertura para el enriquecimiento de diferentes disciplinas, al mismo tiempo, para una mejor y mayor comprensión del complejo ámbito de lo transnacional. Al respecto, un factor que se ha convertido importante dentro de la investigación de las comunidades transculturales, ha sido el hecho de reflexionar en torno a la relación cultura-territorio para comprender los procesos de reorganización de las identidades (individuales y colectivas) de los migrantes. Cabe destacar, que la gran mayoría de estas investigaciones se encuentran enmarcadas dentro de la antropología o la etnografía. Ante lo anterior, debe subrayarse el trabajo realizado por Velasco Ortiz (1998), denominado “Identidad cultural y territorio: una reflexión en torno a las comunidades transnacionales entre México y Estados Unidos”, en el cual se destaca el papel de las redes de migrantes y los agentes transnacionales en la articulación de la experiencia fragmentadora de los territorios, bajo la experiencia de la migración transnacional de oaxaqueños que emigran hacia los Estados Unidos de Norteamérica.

En su trabajo, Velasco realiza una reflexión respecto a la relación cultura-territorio para establecer lo que se entiende por comunidad transnacional, así como el hecho de mencionar los cambios sociales y culturales que se producen tras las migraciones a nivel local y nacional. Con respecto a la comunidad transnacional, la autora alude a los entramados de relaciones sociales cohesionadas por un sentido de pertenencia colectiva. De igual manera, señala que estas comunidades se delinean, antes que, como entidades empíricamente bien delimitadas y claramente redondeadas, como configuraciones culturales complejas sustentadas en múltiples territorios. Dentro de los cambios sociales y culturales que se ocasionan tras las migraciones a nivel local y nacional, Velasco menciona que, en el proceso de construcción de las comunidades transnacionales de migrantes, estos cambios pueden ser observados en tres niveles:

·      Primero, las relaciones estructurales de la “comunidad–territorio” local con el sistema social amplio, con la sociedad nacional y supranacional. Es decir, este nivel puede ser destacado en el plano económico, a través de la nueva relación que se establece entre los migrantes con los mercados locales, nacionales e internacionales de trabajo. Y en el plano político, mediante la relación con los gobiernos regionales y nacionales, (relaciones binacionales).

·      Segundo, los sistemas de prácticas de la propia comunidad. Estas pueden ser vistas en las prácticas asociadas con la cohesión, prestigio y solidaridad que rearticulan a la comunidad en los territorios de origen, y que además pueden ser observados en la dinámica de las redes de migrantes.

·      Tercero: la conciencia comunitaria que expresa un sentido de pertenencia como proyecto cultural que desborda el territorio local y nacional.1

Con estos tres niveles de cambio que Velasco destaca, se puede pensar a las comunidades transnacionales como producto del proceso de desterritorialización. Sin embargo, considero que la noción de deconstrucción territorial, en alusión a Derridá2, sería más apropiada; es decir, a través de la óptica de la experiencia migratoria y los nuevos lugares de destino de la migración, se pueden resituar significados, eventos y objetos que conforman la identidad comunitaria. De igual manera, en el establecimiento de una nueva configuración cultural, la historia y el territorio de la comunidad siguen siendo fundamentales para la definición del sentido de pertenencia a un lugar e identidad, a una comunidad cultural.

1 Velasco, Ortiz M. Laura. “Identidad cultural y territorio: una reflexión en torno a las comunidades transnacionales entre México y Estados Unidos” pág. 21

2 Cfr. Derrida, Jacques. De la Grammatologie. Collection Critique.1967

Por lo tanto, aludir al cruce de fronteras locales y nacionales, deriva en una resignificación del territorio original y de una identidad socio-territorial cada vez más compleja y múltiple. Así mismo, siguiendo con los trabajos realizados en el marco de la migración mexicana hacia los EUA, se destacan los realizados por Jorge Santibáñez, (2009), “Características recientes de la migración mexicana a Estados Unidos”. El elaborado por el investigador parlamentario Reyes Tépach (2009) “El flujo migratorio internacional de México hacía los Estados Unidos”; y con respecto al impacto de la migración en México, destacamos el trabajo realizado por Gustavo Verduzco y Kart Unger (2009), “Impacts of Migration in Mexico”. En el cual se analizan los impactos que ha tenido la migración en México, tanto sus efectos positivos como negativos y que han sido factores cruciales para que la migración se convierta en un fenómeno importante dentro del ámbito legal, cultural y demográfico de éste país. Esta revisión de trabajos que se han desarrollado respecto a la reflexión en torno a las comunidades transnacionales y al flujo migratorio, nos ha servido para conocer el panorama que ha tenido el desarrollo de estos temas hasta el día hoy.

Un aspecto importante que se retoma en este trabajo, radica en aludir el valor sensible que se establece en el encuentro entre culturas, sus significados y simbolizaciones en territorios dinámicos, otorgando una materialidad, ensoñación y experiencia migratoria que pueden resituar significados, eventos y objetos que conforman la identidad comunitaria y que se manifiestan en el campo sensible del territorio, es decir, en el paisaje.

 

Paisaje y migración

Vincular al paisaje, como el constructo material y simbólico que permite crear una reconcientización sobre la forma en la que los seres humanos establecemos una relación con el espacio, particularmente, con el campo migratorio, es hablar de un cúmulo de experiencias, percepciones y significados que el sujeto establece con su espacio y que son producidos por este último a través de la movilidad.

En el caso particular de este posicionamiento teórico, es necesario dilucidar el punto de análisis del campo sensible de las manifestaciones de la movilidad en el paisaje. Ante esto, partimos de mencionar una de las distinciones principales en su estudio desde la geografía, partimos de decir que la “Geografía de la percepción y del comportamiento”, y la “Geografía humanística” (Pillet, 2004:144-145), poseen diferencias importantes a ser consideradas. En la primera, con base en Pillet (2004) se destacan dos etapas en su conformación, la geografía del comportamiento analítica y la geografía de la percepción. Aunque la primera de ellas posee elementos del pensamiento lógico, se marca un acercamiento hacia el comportamiento espacial, la elección espacial, la problematización de la localización y, por último, la estructuración de los mapas mentales. Mientras que la segunda se basó en la representación de la información espacial (Pillet, 2004:144-145), lo anterior permite preguntar: ¿cómo es la percepción de un paisaje para establecer una dinámica de movilidad en un lugar?, ¿cómo se desarrollan las experiencias significativas con respecto a un lugar? y ¿se manifiestan en un paisaje estando en un proceso migratorio?

Como una forma de proporcionar posibles respuestas, se retoma el posicionamiento de la geografía humanística, ya que ésta, pone su énfasis en la dimensión subjetiva de los espacios personales, particulares e individuales, centra su interés en el sujeto y su relación con el lugar vivido o sentido para estudiarlo desde la experiencia. Es en este sentido, el paisaje se presenta con toda su carga natural y social, histórica y actual, se convierte en un espacio de la experiencia cotidiana e histórica, y como

identificación cultural, aspecto que Pillet menciona como elementos integradores de la “Geografía Humanística Idealista” (Pillet, 2004:145-146). Este tipo de geografía, no sólo nos dejan entrever la relación con respecto a la forma de entender, a partir de la experiencia del hombre, su actuar y su relación con y en el espacio. Si no que, además, posicionan la importancia que la geografía humanística tiene como campo de estudio, al precisar en el valor y composición simbólico-afectiva que posee el

mundo en el que los hombres viven y actúan (Estebanez, 1982).

De tal manera que, al observar el espacio como un lugar vívido y dotado de significado y representación propiamente elaborado por el hombre, se le suman los sentimientos, pensamientos, intuiciones y percepciones que construye en ese espacio, dándole un sentido de pertenencia donde se siente y se ve ligado al lugar, su lugar. Desarrollando así, un espacio subjetivo, es decir, un espacio que es producido por el sujeto y que forma parte de su relacionarse con el mundo, la manera en la que se le entiende y se le vive, donde, nos permite entendernos y entender a los otros. En el caso concreto de la manifestación que nuestra forma de ver, sentir, percibir y entender nuestro espacio subjetivo se proyecta, lo hace a través del paisaje. Es decir, y con base en Tuan, “el paisaje geográfico es más que el clima, las parcelas y las casas, debe incluirse también los sentimientos”, inclusión que lleva consigo la posibilidad de hablar de los espacios íntimos, los espacios personales, pero también de aquel sentimiento de pertenencia que se comparte colectivamente.

En el caso particular del presente trabajo, y retomando la pregunta que lo guía, ¿cómo se desarrollan las experiencias significativas con respecto a un lugar y se manifiestan en un paisaje estando en un proceso migratorio. El énfasis se encuentra en la dimensión subjetiva de los espacios individuales al centrar el interés por el sujeto y su relación con el lugar (vivido o sentido) para estudiarlo desde la experiencia.

Pero, cómo hablar de una representación espacial que tiene como base un espacio abstracto y que sirve de marco de comprensión del sujeto que lo piensa; ante estas cuestiones y retomando la idea de que, en la geografía humanística, su objetivo principal es reconciliar la ciencia social con el hombre, acomodar lo objetivo con lo subjetivo y el materialismo con el idealismo” (Estebanez, 1982:18), por tanto, la filosofía es un elemento importante para su comprensión y subcategorización; la filosofía es un elemento importante para su comprensión y subcategorización. La influencia fenomenológica de Husserl fue de vital importancia para comprender la relación que el sujeto posee con su espacio de vida, su espacio de percepción y de sensación. Con base en Pillet, “la geografía humanística fenomenológica, se centra en el interés por el sujeto, por el individuo ante el medio material o mundo vivido. Retoma el concepto de lugar –vivido o sentidopara estudiarlo a partir de la experiencia, de la intuición” (Pillet, 2004:145).

Husserl (1962) retoma el trabajo de “Meditaciones Metafísicas” de Descartes para basarse en él y comenzar con el sustrato de qué es la fenomenología, entendida como un método y a la vez como un modo de ver que tiene su fundamentación en lo que para Descartes es una suspensión de juicio, acto que posteriormente Husserl trataría como epojé, es decir, colocar entre paréntesis el supuesto de la existencia del mundo. La epojé fenomenológica es el método por el cual se puede llegar al estudio de la conciencia pura.

La supuesta existencia del mundo a la que alude Husserl en el desarrollo de la Fenomenología, la denomina como una reducción trascendental, que es el poner entre paréntesis esa supuesta existencia del mundo, ya que lo único que podemos considerar como existente, nos dice Husserl, es la conciencia. No se niega la realidad, sino que se trata de abstenerse de formular juicios sobre la existencia espacio temporal del mundo. Y se aboga por ver las cosas mismas, es decir, los fenómenos, lo que se muestra ante la conciencia, lo dado en tanto que dado hacia una conciencia. La conciencia interpreta las sensaciones a través de la percepción. Husserl hace así un aporte sustancial a la geografía humanística fenomenológica, el mundo que existe para las conciencias que lo viven y que le asignan sentido.

Por lo tanto, el espacio vivido a nivel geográfico puede ser entendido, retomando a Husserl, como el conjunto de percepciones espaciales. Pero dentro de ese conjunto de percepciones es necesario destacar la carga significativa colectiva que se posee. Es decir, y enfocado más en el paisaje, que se presenta como una representación de un espacio preciso, espacio percibido por un observador (Fernández,2006:230). Donde la representación es entendida como la construcción de sentido y significado que se tiene de la percepción.

Sin pretender caer en un reduccionismo de ideas, en este trabajo se considera entender que el sujeto está en el mundo, lo piensa, lo percibe, pero al mismo tiempo se encuentra en y con él. Y que a través de una serie de proyecciones que él realiza, el paisaje es un lugar (Nogué, 1985). Bajo esta afirmación, el paisaje no sólo es la dimensión existencial de la conciencia del hombre, sino que, a su vez, el paisaje visto como un lugar, se convierte en un lugar que ha sido humanizado, en una relación íntima y cotidiana. El paisaje puede convertirse en símbolos de nuestras aspiraciones, frustraciones, emociones y experiencias pasadas y presentes (Nogué, 1985:98). En su carácter temporal y experiencial, El paisaje es historia (Nogué, 1985:101), ya que se puede ver como una acumulación de experiencias, percepciones y acciones que el sujeto y la colectividad tienen del lugar.

Es justo en este sentido, donde la relación paisaje y movilidad migratoria se interrelacionan, y se muestra al paisaje como un constructo narrativo que demarca la historia o historias de aquellos que viven, sienten y perciben la movilidad. Dirigir la mirada hacia la comprensión del vivir humano en una cotidianeidad migrante, da la oportunidad de posicionarnos ante una fenomenología del paisaje, tal como lo apuntaría Testuro Watsuji en su trabajo “Antropología del paisaje” (2006), en la cual, entender que el paisaje es un cúmulo de conciencias que le dotan sus percepciones, que lo moldean y que lo significan, pero que al mismo tiempo, las acciones que los sujetos realizan en y con él, da la pauta para hablar de un paisaje visto como un universo simbólico de sentidos compartidos.

Puntualizar en el hecho del universo simbólico permite observar, con base en Watsuji, el cómo a diario nos descubrimos a nosotros mismo en el contexto del paisaje de maneras muy diversas (Watsuji, 2006:36); el paisaje se nos presenta a su vez, como un conocimiento del sujeto y de la colectividad. Donde este conocimiento, permite a su vez, crear un sentimiento de identidad.

De tal manera, la fenomenología del paisaje a la que alude Testuro Watsuji “está relacionada con la autocomprensión del ser humano en su doble estructura, individual e histórico-social. Geografía e Historia, paisaje y cultura. Donde Paisaje y cultura son indispensables, pero esto es algo que solamente se ilumina a la luz de la estructura fundamental de la vida humana” (Watsuji, 2006:31). Es decir, y enfocando esta idea de fenomenología del paisaje que nos presenta el autor, debemos precisar en la noción de que la autocomprensión del ser humano en su doble estructura, parte del hecho de entender que el cúmulo de conciencias, en donde la conciencia subjetiva establece una socialidad al ponerse en contacto con otras conciencias, da un dinamismo que le produce al paisaje estar en continuo estado de cambio.

Ante estos cambios, se destaca que el mundo de la vida en relación con el paisaje, hablará de una relación temporal con la acción humana. Es decir, el paisaje se presenta como el todo que rodea al ser humano, posee un pasado, presente y un futuro, que, en relación con las acciones del humano, la finitud del paisaje se pone de relieve ante la forma en la que es percibido. En otras palabras, el paisaje junto con el cúmulo de percepciones y significados que la colectividad le dotan, van formando un tipo de biografía del paisaje, es decir, los lugares significativos en relación con las experiencias que en estos se despiertan, conforman una biografía del paisaje. Así, el paisaje nos hablará del mundo en cuanto espacio presente para el sujeto, poseedor de un dinamismo, interpretación, creación y experiencia cotidiana.

Por lo tanto, al hablar de una fenomenología del paisaje desde una mirada de la movilidad migrante, es apuntar hacia la experiencia del mundo sensible, donde el sujeto establece un modo de existencia sobre la Tierra, la cual, radica en las diferentes formas que el sujeto encuentra para crear la expresión del paisaje. De acuerdo con Werhterel paisaje es una categoría espacial multifacética que debe ser considerada en su conjunto, una convergencia, un momento vivido, una ligación interna, una impresión” (Werther, 2001:113). Como se puede apreciar a continuación.

 

GRÁFICO 1. Esquema de interpretación del Paisaje.


Fuente: Elaboración propia.

 

De acuerdo al gráfico 1 y con base en Besse, el paisaje puede entenderse y definirse como el acontecimiento del encuentro concreto entre el hombre y el mundo que lo rodea. El paisaje es, ante todo, en este caso, una experiencia […] esta experiencia, no remite a nada más, para el ser humano, que a una determinada manera de estar en el mundo, (Besse,


 

2006:161). Pero qué pasa cuando esa experiencia de habitar un espacio y proyectarse en un paisaje, se transmite a partir de las palabras hacia un sujeto que lo imagina y lo recrea, ¿cómo se construye un paisaje a partir de la experiencia de otro?, ¿cómo puede entender la construcción de un paisaje en la migración?

 

Resultados

Las preguntas anteriores, permiten comprender la experiencia geográfica desde un punto de vista donde el sujeto es una base importante para el entendimiento del paisaje y su percepción, permite volver, una vez más a la subjetividad de las experiencias de percibir el paisaje a partir del entender, sentir y categorizar su mundo. Lo anterior, con la finalidad de destacar un aspecto importante que podemos ir perfilando en el momento preciso de hablar de una producción del paisaje en la migración, me refiero al poder adentrarnos en un proceso concomitante de elementos que lo van conformando: su producción material y su producción simbólica.

En dicho proceso, la experiencia cotidiana se muestra a través de las prácticas que les dan significado a los lugares, lo van modificando, transformando y lo más importante, lo van organizando.

Mencionar al paisaje en cuanto circunstancia de un entendimiento del mundo, como un espacio presente para el sujeto que lo ve, percibe, siente, crea y otorga sentido, marca la pertinencia para establecer los lineamientos presentes para entender cómo se constituye el mundo para los sujetos a partir de la significación que realizan de sus percepciones, hablando ya desde un plano social y cultural, en donde la alteridad o mejor dicho, la intersubjetividad se manifiesta como el actor social que se mueve en dos espacios, el espacio social y el espacio cultural, teniendo como base, un espacio geográfico que le sirve de marco de acción para establecer una cotidianeidad y con ella, la propia significación de sus acciones. Para argumentar lo anterior, se presenta el caso de una construcción de sentido paisajística de un grupo de niños de cuarto año de primaria en una comunidad indígena de la Riviera del Lago de Pátzcuaro en Michoacán, cuya construcción del sentido de identidad a su comunidad, ha permitido crear una experiencia estética basada en una diferencia narrativa que sus padres o familiares cercanos con antecedentes migratorios les han otorgado.

 

Construcción metodológica para el sentido paisajístico

¿Qué se hizo?

¿Cómo se hizo?

¿Quién lo hizo?

¿Para que se hizo?

Se conformaron pequeños subgrupos de trabajo de 4 a 5 miembros.

1. Indicación de recordar, cómo se imaginan que es el lugar donde viven sus papás, abuelitos, tíos o hermanos en Estados Unidos.

Niños que tenían contacto con algún familiar migrante.

Destacar la construcción imaginaria del lugar.

 

Dibujar qué es lo más importante que consideran diferente con su comunidad.

En una hoja de papel, escribir, en una palabra,

¿porqué son importantes los lugares que identifican?

 

Comparativa de lugares simbólicos o referenciales.

Significado del espacio habitado.

 

El objetivo de la sesión era identificar los rasgos simbólicos con mayor importancia para ellos, a fin de destacar qué es lo que ellos viven en su espacio, cómo lo simbolizan, cuáles son las narrativas que crean alrededor del uso de su espacio, qué historias les han contado sus familiares y de forma particular, observar, ¿cómo perciben, a nivel de paisaje, su comunidad? Y ¿qué atributos le otorgan a su comunidad en comparativa con los imaginarios que pueden tener de otro lugar, como lo es Estados Unidos?

En esta actividad realizada con los niños, emplear como instrumento de trabajo la cartografía social de tipo temática, es decir, aquella en la cual se intenta comprender una problemática con base en un eje específico (Rodríguez y Pineda, 2021), permitió observar los imaginarios geográficos que conforman su visión del paisaje de su comunidad, tal como se muestran en la fotografía 1 y 2.

 

FOTOGRAFÍA 1. Mapa de mi comunidad grupo 2, 4to. año (Archivo personal).


FOTOGRAFÍA 2. Imagen “mapa de mi comunidad” grupo 3, 4to. año (Archivo personal).


En los dos ejemplos mencionados, podemos encontrar rasgos importantes del diario acontecer de los niños en la comunidad, y que de acuerdo a Tuan (2007), el imaginario del entorno nos permite analizar al nexo afectivo que establecen los niños y su lugar, permitiendo crear imágenes que se proyectan en un paisaje real o imaginario, a través de las experiencias que son evocadas por y en él.

Tomando como base lo anterior y en respuesta a la pregunta ¿Por qué son importantes los lugares que identifican?, se estableció como aspecto metodológico para conocer el sentido de percepción que se tiene de su lugar de origen, conformar equipos de trabajo, con los cuales, los niños dieron respuesta a otras preguntas derivadas de su cotidianeidad en la comunidad y que se encontraban relacionadas con su experiencia de vida de acuerdo a los lugares con mayor importancia en su interpretación espacial. Tal como se muestra en la fotografía 3.

FOTOGRAFÍA 3. ¿Qué me gusta de mi comunidad? – grupo 3, 4to. año (Archivo personal).


 

De acuerdo a la experiencia propia, cada niño respondió el cuestionario proporcionando una narrativa a sus espacios de vida y, a los elementos simbólicos identitarios que podía destacar. El paisaje se muestra en una suerte de dualidad, espacio subjetivo, pero al mismo tiempo espacio colectivo, en donde la carga significativa que se le ofrece esta provista en función de la conciencia que se le dota.

También, se les pidió a los niños tomar como referente las historias que sus familiares les han contado respecto a: ¿cómo es Estados Unidos? y

¿cómo se imaginan que es aquel país? Permitiendo tomar como punto de partida, la distinción y al mismo tiempo denotar la relación existente entre dos ámbitos importantes para la construcción de una territorialidad. En este sentido, nos referimos al mundo de la vida y al mundo vivido, en donde la acción social mediante una serie de relaciones, de prácticas, símbolos y significados, establecen lo que es el plano social y cultural del paisaje.

 

Discusión

Retomar una herramienta cualitativa, como lo es la cartografía social temática, permite evidenciar las relaciones cotidianas que establecemos con nuestros espacios de vida, y que a través del paisaje se convierten en elementos inherentes a nuestro espacio subjetivo, denotando las experiencias estéticas de su experiencia.

Vincular el campo sensible del paisaje con un proceso de movilidad como lo es la migración, particularmente en el caso de los niños que tienen un contacto indirecto con este proceso, permite aludir a la articulación que el ser humano realiza de los dos ámbitos que intervienen en crear un tipo de paisaje como “síntesis” de la acción del sujeto: Primero, entender al paisaje como ámbito de la integralidad del sujeto y su entorno, a través de lo sensorial o perceptivo; Segundo, el paisaje como archivo histórico de la acción del ser humano (Aguiló, 2006:213).

Narrar al paisaje verbal o visualmente en un marco de movilidad migratoria, es aludir no sólo a un desplazamiento, o una proyección sociocultural o simbólica, sino que también, es denotar la relación de prácticas simbólicas que poseen un espacio y que se convertirán posteriormente en las prácticas socio-espaciales que integran el segundo plano del paisaje. Es decir, su plano de sentido compartido. Y es en este sentido, donde la percepción y la experiencia del lugar son el punto medular en la construcción del paisaje en cuanto espacio presente para el sujeto.

Un espacio que puede recordarse, añorarse, sentirse o incluso, olvidarse. Con la migración, no sólo se da un desplazamiento de habitantes, bienes reales y simbólicos, o se crean transformaciones individuales, colectivas o territoriales, sino que, a su vez, se produce una constante interacción de percepciones, sentimientos y memorias. De tal manera, considero pertinente destacar que hablar de paisaje, es hacer mención de relaciones, de una trayectoria que tiene como objetivo la formación, identificación y dinamismo del sujeto con su espacio, es decir, el paisaje es un espacio organizado, no es simplemente una representación mental […] todo paisaje es cultural, no primero porque es visto por una cultura, sino primero porque ha sido producido en el seno de un conjunto de prácticas (Besse, 2006:153).

En este sentido, las prácticas que le dan permanencia y vitalidad a un paisaje, son aquellas que se producen desde la experiencia y la percepción. En el caso particular del paisaje y la migración, el valor que se le otorga a su significado, puede estar dado en las representaciones, el valor afectivo y de forma particular, en su vivencialidad.

Conclusión

Destacar que en un proceso como lo es la migración, el hecho de abandonar físicamente un territorio, no significa perder la referencia simbólica y subjetiva que se tenga a su lugar, ya no se habla de una desterritorialización en el sentido de una pérdida del lugar como lo han hecho notar algunas teorías con respecto a las consecuencias de la globalización y los procesos de movilidad como lo son las diásporas y la migración. Sino que ahora, podemos acercarnos a una nueva forma de abordar la relación del sujeto con su territorio, su lugar, su paisaje, como una apertura para una construcción donde sus contenidos culturales marcan un fuerte referente para el reconocimiento de su identidad, y por lo tanto para una apertura de la significación del paisaje.

Posicionar al paisaje y su entendimiento en el marco de un proceso migratorio, permite analizar y pensar en el paisaje, como el mundo significante del sujeto o, mejor dicho, en el espacio subjetivo. Es así que, en el paisaje, la carga significativa que se le ofrece, esta provista en función de la conciencia que se le dota. Es por ello, que, en la movilidad migrante, el desplazamiento de lo individual a lo colectivo, la distinción crea una acción social basada en una serie de relaciones de prácticas, símbolos y significados que demarcan la construcción de la identidad.

De tal manera, pensar en una relación afectiva y sensible de la migración con los espacios de vida, permite comprender la experiencia

geográfica de la movilidad a través del establecimiento de lugares con fuerte carga significativa que se convierten en elementos importantes para el sujeto, y que además da la oportunidad de entender la forma en la que se establece el apego afectivo y el sentido de pertenencia socio-territorial de un lugar y que en muchas ocasiones es un fuerte factor para no perder la referencia simbólica y subjetiva del paisaje.

 

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