Por una perspectiva latinoamericana sobre racismo
y antirracismo

For a Latin American Perspective on Racism and Antiracism

Resumen

En ese artículo se buscará definir al racismo y al antirracismo mediante de una perspectiva latinoamericana, es decir, recurrir a los principales planteamientos y debates que se ha generado en la región para pensar salidas hacia el proyecto de opresión que ha perpetuado en las sociedades a pesar de diferentes lógicas de espacio y tiempo. El debate recurre a las propuestas decoloniales, de los marxistas negros, de feministas negras para pensar la complejidad del fenómeno. Aquí se presenta también el racismo como un tipo de violencia muy específica mientras se construye un camino y debate abierto hacia su superación.

Palabras clave: Racismo, antirracismo, Latinoamérica

Abstract

This article seeks to define racism and anti-racism from a Latin Ameri- can perspective. We to resort to the main approaches and debates that have been generated in the region to think of ways out of the project of oppression that had been perpetuated in societies despite different logics of space and time. The debate appels to decolonial proposals, proposals from black Marxists, and black feminists to think about the complexity of the phenomenon. Racism is also presented here as a very specific type of violence while building a path and open debate towards its overcoming.

Keywords: Racism, antiracism, Latin America

Introducción

El primer lugar, es muy importante señalar que este artículo no nace de casualidad. Es necesariamente parte de una trayectoria social y académica marcada por diferentes proporciones de racismo. Por eso, como dice Lélia Gonzalez (1983), aquí se asume el riesgo de hablar sobre el racismo con todas las implicaciones que eso pueda provocar.

En el debate de racismo, discriminación, desigualdad y violencias siempre se habla de las personas víctimas de ese proceso a través de una tercera persona. El racismo convence a determinados sujetos la idea errónea que sus antagonistas, en términos sociales, raciales, de clase y otros, no pertenecen no tienen capacidad de hablar sobre asuntos burocráticos sin caer en la trampa del esencialismo o del parcialismo. En otras palabras, el racismo instituye la idea de que los prejuicios, las discriminaciones y los estigmas basados directa o indirectamente con el factor étnico-racial, son características intactas de las personas racializadas hacia la inferioridad. Sin embargo, aquí es el espacio perfecto para rechazar la infantilización que el racismo ha instituido hacia algunos grupos. Aquí asumimos la oportunidad de tener nuestro propio espacio, rechazar la infantilización de un proyecto racista-académico y moral que habla de nosotros en tercera persona. A lo largo de las próximas páginas hablaremos en primera persona porque esa historia nos es propia.

El artículo está divido en tres partes esenciales. En un primer momento, abordaremos el racismo como una realidad intrínseca de nuestras sociedades. Aquí, ofrecemos al lector diferentes perspectivas sobre el surgimiento del racismo, así como un intento de definir qué es ese fenómeno que tanto denunciamos pero que a veces parece que todavía carece de retóricas de valor. Tras definir qué es, o lo que puede ser racismo –porque una de sus principales características es necesariamente su plasticida–, también buscaremos reconocer cuáles son las principales características de este fenómeno. Por lo tanto, analizaremos si el racismo es simplemente un resquicio de la herencia colonial o si tiene otra particularidad que justifique su permanencia en las relaciones sociales a pesar de mucho tiempo.

Posteriormente, analizaremos el racismo como un ejemplo muy particular de violencia. Aquí, ofrecemos una perspectiva para entender que el racismo es un sistema muy sutil y que muchas veces puede pasar desapercibido cuando lo analizamos. La opacidad del racismo nos interpela a pensarlo a partir de epifenómenos que constituyen las realidades sociales. Por ser una violencia sutil, entendemos también que el racismo ni siempre necesita recurrir a una violencia directa y virulenta para ejercer su capacidad histórica de opresión y exclusión.

En el tercer momento, tras identificar el racismo y sus impactos, discutiremos lo que es una lucha antirracista y cuáles pueden ser los elementos centrales para distinguir ese tipo de agenda. Es muy importante señalar que todos los momentos del artículo están construidos bajo una perspectiva latinoamericana. Es decir, se analiza el racismo y el antirracismo desde nuestras propias entrañas y a partir de una visión multidisciplinar sobre lo más importante que se ha construido acerca del debate en nuestra región.

Asimismo, a pesar de que estamos observando el racismo desde nuestra propria experiencia latinoamericana, el presente artículo no se limita a una visión cerrada solo para América Latina. Tampoco es el punto final sobre lo que se ha debatido o sobre lo que tenemos que pensar sobre las problemáticas en cuestión. Si pensáramos así, estaríamos cayendo en la misma trampa universalidad que denunciamos a lo largo de las páginas. Nuestro principal objetivo es abrir el debate a partir de nuestra propia experiencia y nunca arrinconarnos en nuestras propias limitaciones.

Racismo

El racismo es uno de los principales ejes constitutivos de las sociedades latinoamericanas. Hay muchas interpretaciones sobre su surgimiento. La teoría decolonial (Quijano, 2014) sostiene que el racismo surge a partir del encuentro entre Europa y el Nuevo Mundo. Los marxistas negros (Robinson, 2019; Montañez Pico, 2021) también están de acuerdo que el racismo surge con la colonización de América, y afirman que la esclavitud y la colonización fueron esenciales para el desarrollo del capitalismo global. Bolívar Echeverría (2010), por otro lado, afirma que el fenómeno es mucho más antiguo y está vinculado con la expansión de las guerras cristianas en Europa a partir del siglo XI.

Por fin, también está la idea de que el racismo surge necesariamente a finales del siglo XVIII e inicios del XIX con el auge del Iluminismo y del racismo científico, como lo conocemos en los días de hoy. El racismo científico fueron teorías desarrolladas a lo largo de este período, las cuales clasificaban a los seres humanos en superiores e inferiores (Wieviorka, 2009). Es importante señalar que el auge de racismo científico coincidió e influenció la formación de las identidades nacionales republicanas en América Latina.

Nuestra discusión se adhiere a la última perspectiva. Sin embargo, es muy interesante notar que las distintas perspectivas traen un hilo común: el racismo surge necesariamente desde Europa y se constituye como una realidad para las sociedades latinoamericanas, en diferentes momentos según cada perspectiva. Las diferentes lógicas también apuntan que el racismo es una de las principales lógicas de la modernidad. De acuerdo con diferentes cronologías, en su momento, las principales perspectivas sobre el racismo lo vinculan con la modernidad.

Sin embargo, ¿qué sería el racismo? El racismo es necesariamente un sistema de creencias y acciones que justifica la diferencia y prácticas de opresión, exclusión y marginalización bajo una idea errónea de las razas humanas y, por lo tanto, de individuos superiores e inferiores. El racismo surge como una idea de otorgar a los seres humanos cualidades y características esenciales para explicar el comportamiento, la moral y calidad de los individuos. Para los sistemas racistas, el color de piel es la principal motriz de diferenciación y marca de lo que puede ser considerado un ser superior e inferior. En América Latina, los individuos blancos ocupan un espacio de privilegio y son vistos como seres superiores para el sistema racista, mientras los negros e indígenas estarían condenados al estatus de inferioridad. El color de piel determina las posibilidades de movilización social y es una referencia para hablar de comportamientos y características innatas que los individuos supuestamente tienen. A pesar de que esa sea la principal lógica instituida por el racismo científico, el entendimiento ha persistido en nuestras sociedades.

Por eso, es muy importante señalar que el racismo, como sistema de opresión, exclusión, marginalización y violencia, ha sufrido muchos cambios. Es decir, el racismo no es solo una idea o creencia, como lo fue a lo largo del auge del racismo científico. Tampoco se expresa solamente en prácticas o acciones (Fredrickson, 1999). A veces resulta difícil resumir el racismo como una estructura (Bonilla-Silva, 1997) o institución social-política. Por eso, defiendo que el racismo debe ser visto en su característica tridimensional: ideas-prácticas y estructura. Es decir, el racismo es tanto una idea o creencia como un sistema que influye en nuestras prácticas y acciones. Por lo tanto, el racismo se complementa en sus diferentes manifestaciones (Campos, 2017).

¿Y por qué ha sido tan difícil luchar o eliminar el racismo de nuestras sociedades? Cómo mencionamos anteriormente, el racismo es un problema histórico de nuestras sociedades y está impregnado en los diferentes ámbitos de la vida humana. Eso quiere decir que el racismo se fue acomodando en nuestras sociedades en diferentes lógicas de espacio y tiempo. Desde su lógica como ideología, prácticas o estructura, el racismo ha sido capaz de mantener su característica vital de diferenciación, marginación, exclusión y, en muchos casos, de violencia. Eso tampoco quiere decir que el racismo se manifiesta de la misma manera en los diferentes países de América Latina. Los sujetos víctimas del sistema racista pueden cambiar si vamos de un país a otro, pero eso nunca excluye que, históricamente, sus víctimas traigan en sus cuerpos una marca histórica de la exclusión (Segato, 2007).

En otras palabras, podemos decir que América Latina ha convivido con racismos y que cada Estado Nación ha producido alteridades bajo condiciones muy específicas. Por eso, es siempre muy importante estar atento a los procesos históricos de formación de las identidades nacionales para ubicar quiénes son los sujetos racializados hacia la inferioridad y superioridad en cada país. Sin embargo, si pudiéramos resumir de una manera muy breve, en nuestra región las poblaciones indígenas, negras, palenqueras y campesinas han sido las grandes víctimas del racismo.

Si el racismo se ha modificado a lo largo del tiempo y se ha instituido como una de las lógicas centrales de opresión, dominación, exclusión y violencia de nuestras sociedades, eso quiere decir que estamos hablando de un sistema extremamente reactivo. En otras palabras, en su primer momento el racismo latinoamericano surge bajo la necesidad de resolver un problema: el de la identidad de las nuevas sociedades republicanas y el inmenso contingente de esclavizados negros e indígenas que el sistema colonial dejó en nuestras sociedades. Por lo tanto, el racismo surge como una lógica fundacional en América Latina tras la necesidad moderna-republicana de implementar una supuesta igualdad en nuestras sociedades. Cuando el sistema colonial colapsa en América Latina, el racismo se instituye como una lógica “normal” para asegurar las diferencias y jerarquías económicas, sociales y políticas dejadas por este sistema. La estrategia de los Estados criollos republicanos latinoamericanos fue introducir el racismo como un sistema de ideologías y prácticas para negar el acceso a la ciudadanía, derechos y servicios de una población racializada muy específica: negros e indígenas (Méndez Gastelumendi, 2022). La afirmación es muy importante porque el racismo ha definido quiénes son los seres humanos superiores e inferiores bajo una perspectiva racializada o por cuestiones étnicas. Eso es un hilo común entre nuestras sociedades. Sin embargo, ese mismo racismo internalizado es un fenómeno tan multiforme que, cuando vamos nosotros latinoamericanos a Europa, somos todos Fanon (Segato, 2021b). Es decir, incluso la persona más blanca en nuestra sociedad es racializada de otra manera afuera de nuestros rincones. Eso explica que la identidad criolla republicana latinoamericana sea una historia sin fundamento, porque desde el ojo que nos mira desde la exterioridad jamás seremos blancos.

Por lo tanto, ha sido muy difícil eliminar en un dos por tres el racismo como lógica operante de nuestras sociedades. El racismo nunca podrá sobrevivir en una sociedad plenamente igualitaria, porque la garantía de las desigualdades es una de sus principales estrategias reactivas. Por lo tanto, siempre que hemos intentado avanzar hacia un verdadero proceso de democratización en América Latina, el racismo como lógica estructurante es accionado para evitar fisuras en los patrones de organización y dominación social, política y económica. En otras palabras, siempre que una persona o grupo racializado hacia la inferioridad cuestiona su espacio histórico de subordinación, el racismo surge con mucha más fuerza. Eso podría explicar el asombroso dato de las múltiples violencias que afectan a activistas indígenas y negros, quienes reivindican sus derechos en América Latina (Global Witness, 2022).

Asimismo, el carácter reactivo de esta dinámica tiene que ver con su lógica de funcionamiento. El racismo se ha perpetuado en nuestras sociedades porque es parte de un proyecto de identidad moderna que está siempre en crisis (Echeverría, 2010). Las sociedades que están regidas bajo ese sistema tienen una enorme dificultad en construir sociedades verdaderamente democráticas porque bajo cualquier intento de una verdadera democratización, el racismo es reaccionado para mantener sus estructuras históricas de opresión y dominación. Una de las lógicas de las sociedades latinoamericanas que estructuraron sus identidades bajo una perspectiva racialista (porque los individuos blancos también son racializados de cierta manera) y racista es que el racismo es un sistema incapaz de constituir el “otro” sin desvalorizar o odiar a determinados individuos (Castoriadis y Pérez, 2001).

Lo anterior ha sido también una gran falla del movimiento multiculturalista en nuestra región. Una de las grandes fallas del multiculturalismo fue la persuasión de la idea errónea de grupos minoritarios. La minorización implica necesariamente decir que hay un sujeto universal y que, hacia esos sujetos minoritarios, les falta algo para que sean reconocidos plenamente como sujetos políticos. Si observamos las historias de nuestros países, fuimos todo el tiempo minorizados, siempre por un tercer sujeto, por un ojo ajeno. Hablar sobre minorías y no reconocer las prácticas estructurales que fundan dichas opresiones ha llevado el discurso multicultural a un error histórico (Segato, 2006).

Asimismo, el fallo intento de “incluir” sin garantizar que personas racializadas hacia la inferioridad puedan sobrevivir en espacios históricamente desiguales, como la política, por ejemplo, ha provocado un petardeo. Por un lado, provocó en ciertos segmentos de la sociedad un sentimiento de “perdida” de algo que antes les pertenecía. Es decir, los “dueños” del poder (Segato, 2021a), con sus garantías y ventajas casi intocables, han recurrido a inúmeras prácticas para frenar la ola multicultural. Los intentos van desde recurrir a prácticas e ideas discriminatorias sobre la capacidad de personas racializadas de ocupar ciertos espacios hasta la propia violencia directa o indirecta (chistes, prejuicios, discursos estigmatizantes, etcétera). Dichos intentos son partes de las estrategias reactivas del racismo para mantener las desigualdades históricas que ha perpetuado en las sociedades.

Bajo todos esos argumentos, me parece imprescindible eliminar de nuestras retóricas y discusiones que el racismo es un “simple” vestigio colonial. Ese sistema violento va mucho más allá de esa afirmación. Por eso, asumo que es mucho más útil hablar de que hemos observado una plasticidad del racismo, un patrón que se ha acomodado en nuestras sociedades en diferentes lógicas de espacio y tiempo. Si entendemos al racismo desde su carácter reactivo, podemos comprender de una manera más amplia los micro y macroprocesos que este puede establecer. Eso ha pesado demasiado en la intención multicultural de defender una simple inclusión de los sujetos históricamente marginalizados sin cuestionar los verdaderos patrones de dominación y los hilos que conectan los sistemas de opresión en nuestras sociedades (Segato, 2021a).

Racismo es violencia

Una de las grietas en los análisis del racismo es no reconocer que es un sistema de poder. ¿Cuál es la principal característica del poder? Sin duda, su opacidad. El poder nunca se manifiesta de manera muy clara; no puede ser observado. Es muy difícil apuntar sus alianzas porque el secreto es la característica del poder (Segato, 2021b). Eso quiere decir que el racismo debe de ser analizado a través de los micro procesos que implican a la sociedad para evaluar su dimensión, es decir, desde las ideas que generan prácticas y desde prácticas que se instituyen como una moral de la sociedad, porque el racismo se instituye como una verdad a través de las relaciones cotidianas. En muchos casos, el racismo opera sin nombrarse el vector de las desigualdades al paso que cumple con su función organizativa y de desmoralización de los sujetos víctimas del proceso.

Por lo tanto, es necesario asumir también que, en sus múltiples dimensiones –ideológicas, práctica o estructural–, el racismo es violencia (Borges, 2022). El racismo es una violencia muy sutil que ni siempre necesita recurrir a acciones violentas para ejercer su rol en nuestras sociedades. El racismo está en los chistes, en las bromas, en el prejuicio automático que tenemos hacia las poblaciones indígenas, negras, palenqueras y campesinas. Muchas veces el chiste no acompaña un posicionamiento o una acción coercitiva, pero esto no significa que el racismo presente ahí no sea capaz de mantener su eficacia en estructurar la opresión y marginalización. El racismo es una violencia moral (Segato, 2010), porque es capaz de construir un sistema jerárquico bajo la premisa de normalidad y naturalidad de la vida social. Es su característica solapada que ha dificultado un enfrentamiento más enfático al racismo latinoamericano porque este se esconde detrás de las relaciones sociales y debajo de ideas y acciones que suelen ser imperceptibles.

En su carácter solapado, muchas veces caemos en el error de asumir que el racismo lo constituyen solamente los casos de violencia extrema y que provoca daño hacia un individuo o grupo en específico. Por eso, es necesario entender el racismo como una violencia moral que va mucho más allá de la agresión física y directa. Y ahí está su opacidad. El racismo no necesita nombrarse como tal para evidenciar su operación. El racismo funciona como un “paisaje moral, natural, costumbrista y difícilmente detectable” (Segato, 2010, p. 117).

Así mismo, es necesario rescatar una de las propuestas de las feministas negras de Brasil (Gonzalez, 1983; Carneiro, 1995), cuando dicen que el racismo tiene una mayor capacidad de dilacerar cuando se interconecta a otras prácticas de opresión, como el género y clase social. En los días actuales, es posible ampliar ese argumento y decir que el racismo es una violencia impetuosa cuando se entrecruza también con la sexualidad y nacionalidad.

Otro punto importante destacado por las feministas negras es que, en sociedades racializadas, todos los sujetos que se acercan al “patrón” racial de la superioridad –en América Latina, los supuestos “blancos”– se benefician directa o indirectamente del sistema de privilegios instituido por el racismo. Sin embargo, no todas las personas son signatarias de ese acuerdo y hay sujetos que rechazan o cuestionan las ventajas y desigualdades instituidas por el racismo (Carneiro, 2022). Sin embargo, también es necesario afirmar que el racismo no es un patrimonio exclusivo de las personas blancas. Por más problemático y confuso que sea reconocerlo, es urgente pensar que el “pertenecimiento” a un grupo racializado hacia la inferioridad no implica decir que este no puede ejercer un papel discriminatorio hacia sus iguales. Así como hay mujeres que pactan con el patriarcado, personas negras también pueden pactar con las lógicas de opresión del racismo.

En otras palabras, el racismo en América Latina es una violencia moral. Como sistema, el racismo es interpelado a partir de muchos mecanismos de la “costumbre” en nuestras sociedades. Es decir, la costumbre garantiza que, en las relaciones sociales, el racismo siga preservado el sistema de estatus. Lo que queremos decir cuando afirmamos que el racismo es una violencia moral (Segato, 2010) es que él puede diseminarse de una manera muy difusa, aplicar su carácter jerárquico sin necesitar recurrir a acciones o violencias visibles. El racismo latinoamericano no depende un de un aparato jurídico legal –como el apartheid– para mantener estable su estructura de opresión o dominación. Es a través de un sistema que instituye lo que es “normal y natural” para ciertos individuos que la violencia moral actúa.

Además, a diferencia del segregacionismo estadounidense de la década de 1860, el racismo en nuestras sociedades se manifiesta siempre en el foro íntimo e individual y no a través de una confrontación directa entre diferentes grupos raciales. Por ser una violencia moral, no siempre el racismo latinoamericano ve la necesidad de expurgar o eliminar al otro. Eso hace con que el racismo opere sin ni siempre nombrarse como tal. Este se reproduce de una manera fluida donde la “costumbre” casi nunca se revisa. En un sistema racista costumbrista, los sujetos racistas recurren a un racismo automático que se expresa a través de un innúmeras prácticas y valores, positivos o negativos, en sociedades racializadas. Hay que reconocer que el racismo es una violencia moral sistematizada a partir de la costumbre. Así daremos un paso esencial para solventar el problema histórico y analítico que hemos visto en calificar el racismo como violencia.

Antiracismo

¿Cuáles son las principales características de una lucha antirracista y para qué sirve? En una simple lectura semántica, podemos decir que es necesariamente una lucha que cuestiona y busca desestabilizar todas las opresiones históricas y estructurales perpetuadas por el racismo como un sistema organizativo. Sin embargo, es necesario profundizar aún más nuestra línea de raciocinio para entender con mayor claridad cuáles son las bases esenciales de una lucha antirracista.

Para eso, recupero uno de los principales y más potentes argumentos sobre la lucha antirracista: la propuesta de la feminista negra brasileña Lélia Gonzalez (1983) cuando dice que una lucha antirracista es constituida, principalmente, por conciencia y memoria. Cuando Lélia nos sugiere la creación de una identidad política, social y activista de la amefricanidad, la intelectual se refiere a la formación de sujetos sociales cognoscentes que reconoce los impactos del racismo en nuestras sociedades.

Una lucha antirracista debe basarse en la conciencia y memoria social y política sobre los impactos del racismo en nuestras sociedades –como educación, salud, acceso a bienes y servicios y etcétera–, así como los impactos que dicha opresión puede obtener cuando se cruza con otras estructuras como clase, género, sexualidades disidentes, nacionalidad y otros. La conciencia es un pilar básico de la lucha antirracista por que a través de eso podemos entender cómo el racismo crea segregación, desigualdad y violencias.

Así mismo, cuando hablamos de conciencia, seguramente una de las preguntas básicas viene a nuestra cabeza: ¿Cuál es el rol de personas blancas en la lucha antirracista? Para Sueli Carneiro, todas las personas “blancas” de nuestras sociedades se benefician de las ventajas que el racismo proporciona en las relaciones sociales. Sin embargo, no todas esas personas son signatarias de ese acuerdo de ventajas y desventajas que el racismo establece. Eso implica decir que, por un lado, la conciencia puede tener referencias distintas. Por un lado, las personas racializadas históricamente hacia la inferioridad –negros, indígenas, palenqueros, campesinos y etcétera–, desarrollan una especie diferente de conciencia porque se dan cuenta que el racismo les provoca una serie de desventajas en las relaciones sociales. La conciencia entre personas blancas se da necesariamente por el reconocimiento de los beneficios que este sistema les trae.

La lucha antirracista no puede ser vista como un patrimonio exclusivo de las poblaciones racializadas hacia la inferioridad. El racismo es un sistema que establece un acuerdo, directo e indirecto, que involucra los dos grupos racializados o más en las relaciones sociales. Además, la conciencia es una herramienta necesaria porque es a partir de ahí que es posible reconocer el racismo arraigado en nuestras sociedades. Hasta que no reconozcamos el racismo como uno de los ejes fundadores de las relaciones sociales –porque el género también lo es– no tendremos un espejo que refleje nuestra realidad. Sin reconocerlo no sabremos mirarnos hacia nosotros y pensar un verdadero contrato social que desestabilice dicha opresión (Segato, 2021b).

Además, asumo que la conciencia es una etapa primordial para la lucha antirracista, principalmente para los grupos racializados hacia la inferioridad, porque ese proceso de reflexión de los impactos del racismo en nuestras vidas nos interpela al reconocimiento, construcción y reubicación de nosotros como sujetos cognoscentes y políticos. En otras palabras, pasamos a percibir la vida de otra manera cuando nos damos cuenta de cómo el racismo puede influenciar nuestra movilidad social, el ingreso a derechos básicos y el rol que tiene en los altos grados de violencia hacia los grupos negros, indígenas, palenqueros, campesinos y etcétera.

La conciencia racial también es importante porque es a partir de ahí es que los sujetos cognoscentes-políticos cuestionan el patrón de un sistema que instituye un sujeto universal. Una lucha antirracista que tiene la conciencia como una de sus bases centrales rechaza la idea errónea sobre un sujeto universal, porque uno solo se considera un individuo “universal” cuando se autopercibe como un sujeto particular e inalcanzable. La universalidad es un error de la modernidad, porque ese discurso/sujeto universal es siempre nulificador y marginalizador, mientras que la lucha antirracista es necesariamente una perspectiva de horizonte común plural. La conciencia puede ser una de las principales grietas en muchos movimientos sociales porque la ausencia del sentimiento de pertenencia a determinadas situaciones puede frenar su capacidad de transformación y compromiso.

Cuando Lélia Gonzalez (1983b) nos ofrece la memoria como eje constitutivo de la lucha antirracista, lo que la intelectual negra y feminista nos interpela es pensar que a partir de la conciencia y la experiencia del racismo emerge una realidad social y política que reestructura nuestro posicionamiento y restituye a los sujetos racializados hacia la inferioridad en un proyecto social que aún no fue escrito. Así mismo, la memoria es una capacidad de reconocer otros proyectos de vida que vienen desde experiencias históricas de comunidades racializadas hacia la inferioridad como quilombos, cimarrones, palenques y otros. La recuperación de las raíces amefricanas es reconocer que en nuestros ancestrales hay un proyecto de sociedad que nos transforma en esos sujetos cognoscentes-políticos. Memoria y consciencia son procesos interdependientes en la lucha antirracista.

En la perspectiva negra de los marxismos, la lucha antirracista es también anticapitalista y antisistémica (Montañez Pico, 2021). Aquí es posible percibir una lucha esencialmente revolucionaria porque bajo esa perspectiva una lucha antirracista puede que no sea necesariamente una lucha por igualdad, sino que sea un proceso que desestabilice y destruya el racismo como una estructura de las relaciones sociales. En esa perspectiva también nos damos cuenta del rol de la conciencia y memoria como vectores de una lucha revolucionaria. Aquí, la única forma de superar al racismo es a través del fin del sistema moderno-capitalista regido por el racismo a través de ideas, prácticas y acciones que estructuran las desigualdades.

La potencia de una lucha antirracista revolucionaria tiene que ver con la capacidad de los sujetos cognoscentes de rechazar las ideas erróneas establecidas por el sistema moderno-colonial-capitalista sobre la diferencia, desigualdad y asimetrías raciales que lo conforma. Aniquilar al racismo también implica repensar una sociedad afuera del binarismo establecido por la modernidad sobre sujetos inferiores-superiores, blancos-negros, sujetos-objetos. Aquí nos encontramos con una idea extremamente valiosa: la lucha antirracista es una lucha para todos los individuos, para la humanidad en general porque desafía lógicas históricas de opresión y ve su superación. Por ello, la agenda antirracista no puede arrinconarse como una tarea exclusiva de determinados grupos.

La conciencia y memoria son indispensables en la lucha antirracista porque nos llevan a hablar del racismo como una violencia moral que estructura las relaciones sociales, y no hablar de la violencia que ese sistema provoca, es un intento fallido de maquillar una realidad extremamente violenta. Así mismo, dichas herramientas constituidas a través de las diferentes realidades de los individuos racializados nos ayudan a impedir que el racismo transforme a los sujetos cognoscentes-políticos en todo ese proyecto, así como el arrinconamiento que este produce: seres inferiores, sin competencia y sumisos. Eso también implica un reto muy importante.

Como observamos, el racismo estructura las relaciones sociales. Los sujetos racializados hacia la inferioridad fueron entrenados y domesticados por ese sistema a ocupar un lugar muy específico en la sociedad. Reaccionar a ese proyecto de domesticación no es una tarea fácil. Por eso hemos vivenciado un aumento asombroso de violencia hacia los individuos que han retado ese sistema histórico de opresión: Marielle Franco en Brasil, Samir Flores en México, Carlos Prado Gallardo en Colombia, Berta Cáceres en Honduras, todos ellos líderes y representantes de comunidades históricamente marginalizadas y que enfrentaron las estructuras racistas de cada sociedad. Asimismo, la memoria tiene una capacidad movilizadora muy grande porque a partir de las históricas de esos que han luchado con un sistema histórico de opresión nuevos proyectos políticos y sociales empiezan a construirse.

En la lucha antirracista, la conciencia y memoria son importantes porque nos advierten que existen dos proyectos políticos distintos. Por un lado, tenemos al proyecto capitalista-moderno, que transforma personas en cosas, que es binario y que aniquila cualquier posibilidad de solidaridad comunitaria. Para ese proyecto, lo que importa es la extracción de plusvalía. Los sujetos se transforman en cosas y una cosa, un objeto, puede ser dominado y desproveído de vida. Por otro lado, una lucha antirracista que emerge de la conciencia y memoria nos ofrece herramientas y perspectivas sobre otro proyecto de sociedad que se instituye a través de la vida comunal, compartida. Una lucha antirracista, revolucionaria y para toda la sociedad es necesariamente una lucha que nos ofrece otra manera de mirarnos y mirar al otro. Es una lucha pluralista y no universalista o particular. Asimismo, es una lucha que apuesta en los vínculos, en la memoria que se construye a partir de sujetos que comparten una experiencia y conciencia social. Una lucha antirracista es necesariamente esta que apuesta que el comunal, el político que se produce a partir de la memoria y conciencia, es la clave para la construcción de otro modelo de vida que supere a la lógica de discriminación, marginalización, exclusión y violencia a la que el racismo nos ha sometido.

Conclusiones

El racismo es un eje constitutivo de las relaciones sociales. Reconocer esa particularidad de nuestras sociedades es el primer paso para desestabilizar dicha opresión histórica. Sin embargo, como es una estructura histórica que ha proporcionado privilegio para unos y desventajas para muchos otros, suele ser muy difícil mirarnos al espejo y entender y confrontar esa realidad. Por eso necesitamos insistir que el racismo fue un proyecto moderno que nos fue interpuesto, pero que tenemos la capacidad de rechazarlo y pensar estrategias hacia un nuevo acuerdo social que desestabilice dicha opresión. Reconocer al racismo que interpela nuestras ideas, acciones, sentires y particularidades en la vida social es un esfuerzo para comprender hasta qué punto también normalizamos una violencia que teóricamente denunciamos.

Cada uno ocupa un espacio en la lucha antirracista, pero esta es necesariamente una lucha para la humanidad, para todos los individuos. Cuando Audre Lorde (1981) nos interpela al decir que no se puede ser libre mientras cualquier otra persona no sea libre, o que las cadenas sean diferentes, lo que la feminista negra nos quiere decir es justamente que el racismo es una lucha que transciende el proyecto capitalista-moderno-binario de sujetos blancos-negros. La potencia de una lucha antirracista reside en su capacidad de generar cambios positivos tanto para los sujetos que históricamente asumen ventajas del racismo como para los sujetos que sufren sus opresiones históricas.

Asimismo, es imprescindible el desarrollo de una conciencia socio-racial y entender qué rol ocupamos en la escala de privilegios y desventajas establecidas por el racismo, porque este nos afecta a todos, pero de maneras diferentes. Nuestro rol puede estar en rechazar el acuerdo social establecido por el racismo –ideas, prácticas, acciones, violencia y etcétera–, así como en rechazar el espacio y arrinconamiento que el racismo nos ha sometido como sujetos no pensantes, violentos, inferiores y demás.

Por fin, una lucha antirracista también debe estar preocupada con otras opresiones instituidas por ese mismo sistema violento del capitalismo y de la modernidad. En otras palabras, es urgente pensar, cuestionar y derrocar los impactos desgarradores que el racismo produce cuando se cruza con otras opresiones como género, clase social, sexualidades disidentes y nacionalidad. No siempre el racismo ejerce de manera aislada la opresión, exclusión y violencia, pero siempre tiene un impacto mucho más devastador cuando se suma a otras opresiones históricas. La lucha antirracista es necesariamente una lucha revolucionaria que desestabiliza la violencia moral que nos constituye como sujetos participantes de las relaciones raciales. Por lo tanto, no es lucha de ayer y para mañana: es para hoy.

Referencias

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