De las prácticas y los discursos de exclusión a las iniciativas
para humanizar la migración. Centroamericanos a su paso por la
Zona Metropolitana de Guadalajara1

Eduardo González Velázquez

José Carlos Vázquez Parra

Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores

de Monterrey, Campus Guadalajara

Resumen

El trabajo da cuenta de dos realidades diametralmente opuestas: las prácticas y discursos de exclusión que la sociedad tapatía pone en marcha contra los migrantes centroamericanos a su paso por la Zona Metropolitana de Guadalajara (ZMG), y algunos proyectos y acciones ciudadanas que tienen la finalidad de humanizar la migración de tránsito por nuestra ciudad. La convivencia de tan disímiles prácticas ha ocasionado significativas transformaciones sociales, culturales, políticas, religiosas y económicas en varias colonias de la ZMG por las que atraviesa el ferrocarril procedente del sur del país con rumbo a la frontera norte.

Palabras claves: Migración en tránsito, ciudadanía a la mitad, criminalización, victimización, discriminación, migración.

Abstract

This paper highlight two realities diametrically opposed: the speech and practices of exclusion that Guadalajara’s society runs against Central American migrants during their passing through Guadalajara’s Metropolitan area (ZMG in Spanish); and several projects and actions taken by the civil society in order to humanize the migration in our city. The coexistence of such dissimilar practices has provoked deep social, cultural, political, religious and economic transformations in the municipalities in which the railway passes through from the south of the country on its way to the border with the United States

Keywords: Transit migration, Citizenship half, criminalization, victimization, discrimination, migration.

Introducción

Hablar de migración es casi tan complejo como hablar de cualquier fenómeno humano que haya evolucionado a través de los tiempos, ya que efectivamente la migración ha presentado características históricas diversas que responden al tiempo y el espacio donde se ha llevado a cabo. En ese sentido, para Herrera-Lasso y Artola (2011) la migración es una constante en la historia de la humanidad, y no ha bastado el sedentarismo, para evitar su permanente movimiento. Según la Organización Internacional para las Migraciones (oim) existen cerca de 235 millones de migrantes internacionales, y 750 millones de migrantes nacionales, es decir, un séptimo de la población mundial es migrante (oim, 2014).

México es un país con una larga historia migratoria; es una nación de migrantes a través de cinco flujos diferentes, a saber: los mexicanos que se van al extranjero, los mexicanos de retorno, los extranjeros avecindados en nuestro país, los mexicanos que se mueven a lo largo de la República y los centroamericanos que atraviesan la nación; todas estas corrientes hacen que su estudio se pueda abordar desde diferentes enfoques. Mucho se ha discutido sobre los migrantes mexicanos que buscan llegar a Estados Unidos; sin embargo, existe un fenómeno migratorio igual de relevante, que es el que inicia en la frontera sur de nuestro país, y que es escenificado por los ciudadanos centroamericanos que también buscan alcanzar el "sueño americano".

El sendero por el que el migrante centroamericano cruza la frontera vertical mexicana (González, 2011), es enmarcado por las vías del ferrocarril denominado La Bestia, mismo que va entretejiéndose entre los paisajes rurales y urbanos a lo largo de varios estados de la nación, territorios donde irrumpen múltiples ciudades y zonas metropolitanas, entre las que Guadalajara no es la excepción.

Esta situación ha hecho que la ZMG haya experimentado desde hace poco más de una década una serie de cambios en sus prácticas y discursos con relación a la migración en tránsito de centroamericanos y también de mexicanos, lo que incluso lleva a una transformación en la fisonomía de las colonias del sur y poniente de la ciudad donde se mueve la mayoría de los migrantes, sin importar si vienen del Sur o regresan deportados del Norte. Por lo tanto, en este escrito presentamos los cambios experimentados en algunas prácticas y discursos de los habitantes de estas colonias, y las autoridades en relación al paso de los migrantes. De manera complementaria, pondremos especial atención a la tendencia, en algunas zonas de la ciudad, a la criminalización, victimización y discriminación del migrante, situación que engloba un conjunto de creencias que pueden considerarse claramente irracionales.

Es pertinente mencionar que el discurso de criminalización hacia la población migrante proviene no solo de la sociedad civil, sino de las autoridades gubernamentales. Así quedó de manifiesto, por ejemplo, en 2013 cuando el gobernador de Jalisco, Jorge Aristóteles Sandoval, pidió que los ciudadanos "denuncien cuando vean a los migrantes en las calles para que sean deportados inmediatamente a su país". Afirmó que "es necesario denunciar a los centroamericanos que se encuentran en las esquinas, porque en algunas zonas hemos detectado que quienes asaltan casas son centroamericanos o sudamericanos". Además de la criminalización que muestra la declaración, es evidente el desconocimiento sobre la población que se mueve en las cercanías de las vías, en donde la mitad de los migrantes son mexicanos, y la mitad son centroamericanos, y del total de todos, la mitad vienen deportados de Estados Unidos (Martínez, 2016).

Cabe señalar que por la amplitud de la ZMG y sus 61 km de vías ferroviarias, así como por la intención de la presente investigación, no se realizó un recorrido por la totalidad de las vías del tren, sino únicamente tuvimos un acercamiento a aquellas zonas que hemos considerado determinantes para la consecución de nuestros objetivos. Por ende, la primera muestra se dará en las colonias del poniente de la ciudad, las cuales tienen características socioeconómicas medio-altas y pertenecen a los municipios de Zapopan y Guadalajara. La segunda muestra se tomará de las colonias del sur de la ciudad, las cuales forman parte de los municipios de Guadalajara y Tlaquepaque, y cuentan con un nivel socioeconómico medio-bajo, y tienen varias instalaciones enfocadas al apoyo de los migrantes, como lo es el albergue El Refugio a las faldas del Cerro del Cuatro.

La metodología que sustenta este texto se respalda a partir de una amplia revisión documental, tanto de material bibliográfico como hemerográfico del fenómeno migrante en México, además del análisis de las noticias publicadas en cuatro periódicos de Guadalajara: El Informador, La Jornada Jalisco, Mural y Milenio. A su vez, se realizaron entrevistas a profundidad y semiestructuradas a los migrantes, a los vecinos de las colonias y a los encargados de los albergues y comedores de la ZMG. Las entrevistas de los migrantes fueron realizadas en dos escenarios: las vías del ferrocarril y los albergues y comedores. En el primer caso, la información quedó consignada en el diario de campo. Por la naturaleza del lugar donde se levantaron estas entrevistas, la información recabada fue menor en cantidad y cualidad. Caso contrario, las entrevistas realizadas a los administradores de los centros de apoyo a migrantes, así como a los centroamericanos y mexicanos que los utilizan a su paso por la ZMG, las entrevistas pudieron ser más extensas y profundas, además de quedar grabadas. En cuanto a los vecinos, ninguno accedió a que la entrevista fuera grabada, por lo tanto solo se cuentan con notas de campo en el diario mencionado líneas arriba; asimismo, sucedió con los feligreses del culto a la Santa Muerte y los administradores de los dos templos que visitamos. En lo subsecuente ,cuando hagamos referencia a los personajes entrevistados pondremos si se trata de una mujer o de un hombre, el lugar y la fecha donde se obtuvo la información. Por cuestiones de seguridad, los nombres de todos los migrantes serán omitidos.

La migración centroamericana hacia México y Estados Unidos: construcción histórica de la huida

Centroamérica está conformada por Guatemala, Belice, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá. Los siete países en conjunto tienen una extensión de 524 mil kilómetros cuadrados (una cuarta parte del territorio mexicano), con una población de 43 millones de personas. Poco más de la mitad de la población habita en zonas rurales y 48% vive en las ciudades, muchos de los cuales se encuentran hacinados en los amplios cinturones de miseria que dan forma al perímetro de la exclusión urbana. Los índices de pobreza no son iguales en todos los países, el mayor porcentaje de población en situación de pobreza se encuentra en Honduras con 68.9%; y en orden descendente aparecen Nicaragua, con 61.9%; Guatemala, 54.8%; El Salvador, 47,9%; Panamá, 25.8% y Costa Rica, 18.9%. Con respecto a la población que vive en situación de extrema pobreza, la media centroamericana representa el doble de la latinoamericana, con Honduras, Nicaragua y Guatemala como las naciones que presentan los mayores porcentajes de población con esas características. Los seis países centroamericanos se encuentran situados entre las cuarenta naciones más desiguales del mundo en una lista de 147, destacando Honduras en la posición 138; Panamá, 136; Guatemala, 134; y Nicaragua, 129, todo ello según los datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (cepal).

Históricamente los centroamericanos (catrachos, nicas, chapines, guanacos…) han construido y utilizado diversas rutas para cruzar México. La construcción ha estado en función de su urgencia económica; construcción y deconstrucción de la huida; rupturas y continuidades por las sendas de la ignominia; reinvención constante de hartos atajos; búsqueda del Norte con un pie anclado al pasado sureño: "Lo que más duele es dejar a la familia" (Hombre, albergue El Refugio. Abril de 2016).

El periplo inició desde la segunda mitad del siglo xix. El primer siglo y medio lo dominaron los flujos temporales de indígenas y campesinos entre las naciones centroamericanas y las plantaciones del soconusco, con poca participación de la población urbana. A finales de este primer momento, algunos trabajadores emprendieron la migración de ida y vuelta hacia Estados Unidos usando una visa mexicana de turista para cruzar la República Mexicana, y una vez llegados a nuestra frontera norte ingresaban de manera ilegal a la Unión Americana. En los años setenta y ochenta del siglo xx el violento empujón hacia el país de las barras y las estrellas vino a consecuencia de las guerras intestinas del istmo centroamericano, que si bien se habían presentado desde los años sesenta, fue en las década de los setenta y ochenta que la población llegó a su límite y se incrementó la huida. El contexto social, económico y político fue más violento: crisis económica; pago del servicio de la deuda externa que adelgazaba los recursos destinados al desarrollo social; desmoronamiento del crecimiento y desarrollo; continuidad de los grupos guerrilleros y gobiernos autoritarios producto de golpes de Estado. Casi millón y medio de centroamericanos migraron a otros países mientras un millón más se desplazó en el interior de sus naciones. En este periodo es cuando el gobierno mexicano amplió los requisitos legales que debían cubrir los centroamericanos para ingresar al país; esta medida no limitó el flujo migratorio, solo cambió su estatus convirtiéndola en "ilegal", lo que devino en una criminalización de los migrantes. Al final de los conflictos armados, la relativa estabilidad política no fue suficiente para mitigar el desempleo y la precariedad económica; así, muchos individuos y familias migrantes del periodo anterior dejaron de ser "exiliados bélicos" para convertirse en "exiliados económicos" en busca de mejores condiciones de vida, pero esta vez con mayor violencia y la consecuente vulnerabilidad de los migrantes (González, 2011).

Las diversas etapas históricas de la migración centroamericana nos muestran con claridad que a lo largo de las últimas décadas los gobiernos de los países del istmo no han podido garantizar a sus ciudadanos las condiciones mínimas para que no experimenten la obligatoriedad migratoria, tornando en eufemismo la supuesta "decisión" de migrar. Sea por guerras intestinas, por pobreza, por violencia urbana, por persecuciones políticas, por falta de democracia, por golpes de Estado, o por desastres naturales, los centroamericanos cargan en su historia la penosa necesidad de huir de la tierra que los vio nacer.

Mapa 1.
Patrón migratorio centroamericano a través de México, de 1970 a 1990.

Patrón migratorio centroamericano a través de México

Fuente: Elaboración propia.

De lo que sí se han beneficiado las autoridades centroamericanas son de los miles de millones de dólares enviados por sus migrantes para oxigenar la quebradiza economía de las familias remeseras. La debilidad de los programas sociales gubernamentales en muchas ocasiones es solventada por la dolariza que llega a las comunidades y se invierte en alguna obra de infraestructura, además de dinamizar y fortalecer el mercado interno, con lo cual los gobiernos obtienen recursos vía los impuestos. El año pasado las remesas transferidas por los guatemaltecos a sus paisanos fueron de 6 mil 100 millones de dólares; en Honduras se recibieron 3 mil 800 millones; para Nicaragua los recursos enviados alcanzaron los mil 191 millones. Las remesas representan para estos países un alto porcentaje de su Producto Interno Bruto (pib); por ejemplo, para Honduras es 17.3%; 16.7% para El Salvador; 12.5% para Guatemala; y 9.6% para Nicaragua, según datos de Western Union, dado a conocer por la revista EN Empresas & Management en diciembre de 2015.

Luego de ingresar a nuestro país por la llamada "última frontera", la frontera "inexistente" del sur de México, donde persiste una violencia inaudita fortalecida por el maridaje de las autoridades con el crimen organizado y la lastimosa indiferencia de un segmento de la sociedad, los centroamericanos apuntan sus miradas y ponen sus pies en movimiento rumbo al norte de la República. Atrás dejan un binomio desolador: familia y pobreza.

Para atravesar México, utilizan principalmente el ferrocarril de carga llamado La Bestia, aunque algunos tramos los andan a pie, como el camino entre Ciudad Hidalgo y Arriaga, Chiapas; se suben a los camiones de "pasajeros", conocidos como los tijuaneros, y a camiones de carga; en otras ocasiones se mueven en autos particulares. Sin importar que la aventura migratoria comience en Chiapas, Tabasco o Campeche, la ruta tendrá su punto de intersección en Medias Aguas, Veracruz: la "estación de estaciones". De ahí el derrotero puede ser Veracruz y Tamaulipas, de breve territorialidad pero violencia inaudita; o el centro y occidente, de menor peligrosidad pero amplia geografía. Del corazón de la República el camino se bifurca en dirección de San Luis Potosí, Saltillo, Nuevo Laredo o Ciudad Juárez; la segunda opción corre hacia el poniente: Querétaro, Guanajuato y Jalisco; para alcanzar más tarde el desierto de Altar, Sonora, y la frontera de Baja California.

Mapa 2.
Patrón migratorio centroamericano a través de México, de 1970 a 1990.

Patrón migratorio centroamericano a través de México, de 1970 a 1990.

Fuente: Elaboración propia.

La ruta ferroviaria-migratoria de la Zona
Metropolitana de Guadalajara

"Ya vamos a la mitad del camino; aunque ésta es la vía más larga dicen que es la más segura", (González, 2011) intentan consolarse los migrantes centroamericanos que cruzan en silencio por Guadalajara. Eso de "la ruta más segura", tal vez sea demasiado aventurado, probablemente solo sea la menos peligrosa si la comparamos con la trayectoria del centro o del Golfo, ambas controladas por Los Zetas, por los Maras, y por algunas bandas hondureñas de asaltantes y cárteles de la droga dedicados también al secuestro. Los migrantes que pasan por nuestra ciudad, llamados trampas, porque trampean el tren, encaraman la mirada por encima de su espalda y afirman seguros que lo peor ya pasó. Decenas de historias de secuestros, abusos, vejaciones, asaltos, violaciones son contadas en comedores y albergues tapatíos (Mujer, albergue El Refugio. Enero 2016). Religiosos y laicos encargados de registrarlas enmudecen frente a tanta miseria humana materializada en el abuso de los más desvalidos.

Por el occidente, la ZMG se significa como la última gran urbe a mi-tad del camino donde los migrantes pueden "fortalecer" su andar. Varios encuentran refugio temporal en algunos albergues y comedores; otros se hacen de un empleo; muchos más "charolean" en las esquinas para obtener dinero; pocos se asientan en algunas cinturones de miseria metropolitanos para prolongar su estancia; la mayoría se mimetiza con los indigentes citadinos. "Hasta las esquinas hay que pelearlas para estar ahí", refieren dos hondureños al pie de las vías junto a la imagen de San Charbel Makhlouf (Hombre en las vías del tren. Diciembre de 2015). Este santo libanés es venerado por las Misioneras del Santísimo Sacramento en el convento que lleva su nombre en Tijuana, Baja California, donde son atendidos 3 mil migrantes cada mes.

Mapa 3.
Patrón migratorio centroamericano a través de México, de 1970 a 1990.

Patrón migratorio centroamericano a través de México, de 1970 a 1990.

Fuente: Elaboración propia.

El camino que recorren los centroamericanos a lo largo de nuestro país con la idea de alcanzar el "sueño americano" está lleno de vicisitudes. No es necesario adjetivar la violencia, palpita en cada rincón. Las tonalidades que pintan el trayecto son casi todas oscuras, con algunos grises y casi ningún blanco. Las realidades citadinas que encuentran a su paso son complejas y diferenciadas. La recepción ciudadana en cada uno de los sitios a los que llegan, tras bajarse del lomo de La Bestia para caminar el zigzagueante trazo de calles y avenidas, ofrece siempre una novedad: desde el rechazo vecinal, hasta la ayuda brindada por diversas organizaciones, pasando por la indiferencia de la población y la constante extorsión de autoridades de todos los niveles y poderes. Lamentablemente la experiencia acumulada al pasar por nuestro país pierde significado con el transcurso del tiempo, porque la realidad migratoria es cambiante, movediza, como lo es el mismo traslado de los errantes del siglo xxi hacia un futuro que no termina de llegar.

Para hablar del fenómeno del paso de migrantes centroamericanos por la ZMG es necesario que vayamos tras las vías del ferrocarril que penetran la desbordada territorialidad urbana. El recorrido citadino del sureño ferrocarril inicia en El Salto, para dejar la ZMG por Zapopan, luego de andar por Tlajomulco, Tlaquepaque y Guadalajara. Las vías recorren 61 kilómetros por colonias con rostros muy diversos, condiciones socioeconómicas muy variadas, miradas delatoras, manos dispuestas para ayudar. Son 48 colonias con modos dispares de aprehender la realidad: 11 de Zapopan, 16 de Guadalajara, 17 de Tlaquepaque, 2 de Tlajomulco y 2 de El Salto. Las vías del tren son la senda que abre paso barrenando el mosaico multifacético de esta gran ciudad y sus millones de habitantes. Para los exiliados económicos, las vías y la mole de metal que las recorre se significan como el recurso para salir de su ciudadanía a la mitad, pero es "un recurso muy peligroso", afirma el sacerdote Esvin Rolando, uno de los encargados del albergue El Refugio (enero de 2016). Atentos a lo dicho por el padre, dos migrantes a punto de desayunar en el albergue, sentencian: "Los pobres caminamos por las vías" (Hombre. Las vías del tren. Diciembre de 2015).

El andar por la ZMG inicia desde El Salto, donde el ferrocarril corre de manera paralela a la calle pasando a un costado por la casi imperceptible laguna de Las Pintas. Recorre la colonia El Tapatío, que aglomera a un grupo importante de indígenas otomíes, en los terrenos de un antiguo basurero. De ahí se interna hacia Las Juntas por la calle Francisco I. Madero, que termina poco antes de la avenida Juan de la Barrera, don-de arranca la calle Colima. En Las Juntas "cuando no brincamos [del ferrocarril] los guardias privados nos bajan", coincide una veintena de exiliados económicos que llegaron a pedir ayuda al Refugio a finales de enero de 2016. La mayoría anda a pie calles y avenidas durante la noche, pocos son los que utilizan algún medio de transporte "no andamos con dinero, y lo que traemos mejor lo usamos para comer" (Hombre. Las vías de tren. Diciembre de 2015).

De los linderos del Cerro del Cuatro, el tendido metálico se bifurca. Una línea corre en dirección del sur, rumbo al puerto de Manzanillo, y la otra se interna a la ZMG. La primera apenas entra a Guadalajara y la abandona. Los migrantes se bajan del tren cerca del cruce de la avenida Gobernador Curiel y la calle Constitución para enfilarse al albergue El Refugio. Quienes siguen en dirección norte, al interior de la zona urbana, se bajan un poco más adelante, antes de que los vagones se internen en la zona del Álamo Industrial y aparezcan los pequeños ramales que terminan en fábricas y bodegas. Al cruzar la avenida Lázaro Cárdenas, a la altura de la avenida Roberto Michel, inician los "patios" del ferrocarril, es un área donde los migrantes no pueden ingresar, incluso la compañía ferroviaria ha instalado rejas de mallas ciclónica en los cruces de algunas calles para detener el ingreso de los centroamericanos y mexicanos. Las rejas solo se abren un instante al paso del ferrocarril. Por lo tanto, deben caminar hasta pasar la antigua estación del tren para volverse a trepar a La Bestia a la altura de avenida Mariano Otero. De ahí al Periférico poniente el panorama cambia.

Muchos tapatíos hablan de los migrantes, pero pocos los miran. La ZMG se torna violenta, indiferente; la población, reacia frente a la disyuntiva de aceptar o rechazar a estos fuereños. Aprendida la idea de subjetivar al extraño como enemigo (Bauman, 2011).

El espacio que circula el tren por las colonias de Tlaquepaque nos per-mite aprehender algunas cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (coneval, 2010) a través del horizonte citadino: más del 36% de la población del municipio se encuentra en situación de pobreza, con un promedio de 2.2 carencias sociales. Además, colonias como Cerro del Cuatro, El Campesino, El Órgano, Las Flores, Lomas del Cuatro y Solidaridad se caracterizan por tener el menor nivel de escolaridad de la ZMG; y la colonia Guadalupe Ejidal es una de las áreas poblacionales con el mayor índice de viviendas con carencia de servicios básicos. Sin duda, las necesidades de la población avecindada por donde pasa el ferrocarril terminan por fundirse con las penurias que cargan los migrantes.

En los municipios de Tlajomulco y El Salto se presenta una situación semejante a lo que sucede en Tlaquepaque. Siguiendo al coneval, son municipios con un alto índice de pobreza y carencias sociales. El Salto es el municipio de la ZMG con el mayor porcentaje de población en situación de pobreza (43%) en donde casi 7.5% de su población llega a tener hasta cuatro carencias sociales ubicándolos en una situación de pobreza extrema. Una particularidad de la ruta que atraviesa estos municipios se presenta en Tlajomulco al pasar el tren junto a la colonia Real del Valle, una pequeña zona residencial con un poder adquisitivo medio-alto rodeada de varios campos de cultivo y protegida con una barda perimetral y controles de acceso con personal de seguridad. Debemos decir, sin embargo, que esa zona la caminan poco los migrantes, porque ahí el tren corre en dirección del sur hacia el puerto de Manzanillo.

A pesar de la urgencia económica que habitualmente envuelve a la población de la zona sur y sur-oriente de la ZMG por donde ingresa el ferrocarril, los migrantes no son estigmatizados como "delincuentes", y encuentran apoyo a través de algunos proyectos de la sociedad.

Por su parte, el municipio de Guadalajara muestra el menor índice de pobreza según el coneval. Las vías se entretejen entre decenas de colonias y la amplia zona industrial del municipio. Pasan por colonias poco favorecidas como Miravalle, El Álamo, La Ferrocarrilera, Del Fresno, hasta fraccionamientos como Vallarta San Jorge, La Moderna o Jardines del Bosque, con alto nivel socioeconómico.

El tren deja la ZMG por el poniente del municipio de Zapopan, área que presenta de los índices económicos más favorables de la ciudad. Los kilómetros que recorre lo hace bordeando colonias económicamente favorecidas asentadas en zonas de alta plusvalía. Los elevados muros, las alambradas con púas, los circuitos cerrados de videovigilancia y los guardias de seguridad privada, que protegen las colonias residenciales, inundan el panorama citadino rumbo a las afueras de la ZMG. Jardines Vallarta, Parque Regency, Paseos Universidad, Parque de la Castellana, Puertas del Tule son algunos de los enormes cotos que han venido a transformar los trazos urbanísticos de la ciudad, envueltos en la justificación de la cotidiana violencia producida por el crimen organizado, "pero también por el paso de los migrantes", refieren varios vecinos del lugar. Al dejar la "zona de los cotos", son pocos kilómetros los que el ferrocarril pasa a un costado de colonias con varias carencias económicas, como San Juan de Ocotán y la Colonia Centroamericana. En la frontera del área conurbada, luego de atravesar por maizales y por el último par-que industrial, aparece el pueblo La Venta del Astillero, desde donde el ferrocarril se enfila hasta Nayarit llevando en su lomo a decenas de exiliados económicos.

El Refugio, un albergue a las faldas del cerro

La fría mañana de enero vence los tenues rayos del sol invernal al pie del Cerro del Cuatro. Varios llaman a la puerta de El Refugio, son rostros temerosos e historias diversas que siguen instalándose en el horizonte metropolitano. Bernabé, Santiago, Germán, Luis…, todos comparten el mismo penoso presente: huyeron de su país y fueron "tumbados" de La Bestia para ser asaltados y golpeados, solo lograron salvar lo único que traían consigo: su vida. "Los policías y los asaltantes siempre se ponen de acuerdo" (Hombre, albergue El Refugio. Enero de 2016), afirman con impotencia. Son semanas atravesando México, días sin poder salir de Guadalajara. En el norte nos "espera el coyote", la sentencia suena más a esperanza que a seguridad. Todos dejaron familia y un presente desgarrador. Con la mirada hundida en el piso, comentan: "Se ha portado duro el camino" (Hombre. Vías del tren. Diciembre de 2015) al tiempo que personal del albergue registra su llegada: nombre, fecha de ingreso, procedencia, nacionalidad, destino. Desde que el lugar abrió sus puertas se han levantado 3 mil 300 de esos registros. Es una mujer menuda que salió de San Pedro Sula, Honduras en octubre de 2015. Son casi 100 días caminando hacia el norte. Entró por Tapachula, Chiapas. En algunos lugares ha pasado la noche en las banquetas porque no en todas las ciudades hay albergues, en algunas solo se cuenta con comedores donde es imposible pernoctar.

"En Tapachula me quiso vender un señor, relata. Me dijo que me iba a dar trabajo en una casa, pero a donde me llevó era una casa de prepago (casa de citas) donde un hombre me quiso abrazar y besar, me dijo que era carne fresca; yo lo empujé y me fui corriendo al cuarto" (Mujer, albergue El Refugio. Enero de 2016). Finalmente, la dueña de la casa la dejó en libertad. "En el camino he tenido mala vida, en Celaya nos bajaron a punta de pistola. Un policía me jaló de mi mochila y al caer me lastimé el tobillo". Desde Coatzacoalcos fue tomada por un hombre quien la amarró y ensabanó para traerla con él, "me traía como gallina, y me decía que yo no dijera nada". Una amiga venía con ella. Al llegar a Guadalajara la dejaron en el comedor de la organización de apoyo a migrantes fm4 Paso Libre, y su amiga "se fue con esos señores". El 11 de enero de 2016 por la noche, la hondureña llegó a El Refugio.

Pese a todo, su pasado resulta más violento que su ofensivo presente. "Yo nunca tuve infancia, me crié en la calle. No tengo hermanos. Mi mamá se fue cuando yo nací. A mi papá no lo veo desde que me dejó tirada". Su padrastro la vendió a los 14 años a un hombre de 21. "Me casaron…Él me pegaba bien feo, me violaba en vez de tener relaciones bien", recuerda la pequeña mujer, envuelta en su silencio interior que guarda para sí muchas más historias de abusos y vejaciones. Sus redondos ojos son dos ventanas humedecidas que obstaculizan la mirada intrusa hacia el desolado interior. Ahora tiene 24 años y va en busca de su bebé porque "me lo robó mi marido". Se fue con el recién nacido a San Antonio, Texas. "Voy a seguir sola, pero debo trabajar en Guadalajara para conseguir plata y pagar mi boleto".

En la ruta tapatía, desde el año de 2011, el albergue El Refugio representa un espacio de ayuda desinteresada. Al frente del lugar se encuentra el sacerdote y arquitecto, Alberto Ruíz Pérez, "arquitecto de la basura porque yo junto la basura y construyo con ella", presume el diocesano (Albergue El Refugio. Enero de 2016). El albergue tiene su origen en el trabajo realizado con los "drogadictos" desde hace trece años cuando arribó a la comunidad el padre Alberto. "Salíamos por las noches dos veces por semana. Los mensajes los daban los mismos chavos banda que no se drogaban; y mi función era avalar el acompañamiento". Al paso del tiempo, comenzaron a llegar al albergue los primeros migrantes. "La convivencia con ellos se hizo más frecuente", reafirma Raquel (Albergue El Refugio. Enero de 2016), encargada hasta mediados de 2016 del bazar donde cada miércoles se generan recursos para la manutención del lugar. Más tarde el albergue fue trasladado de Las Juntas al Cerro del Cuatro, frente a la parroquia; para 2011 se decidió atender únicamente a los migrantes porque su población era cada vez mayor a los adictos.

Para 2013 el Cardenal de Guadalajara, José Francisco Robles, bendijo el albergue. Entonces, comenta el padre Alberto, "me sentí respaldado por el Arzobispado y la fundación Cáritas". El espacio parroquial se expande a todo el decanato con dos capillas: la de San Felipe y la de Guadalupe. La influencia territorial en cuanto a la atención de los migrantes se extiende por el sur hasta el Periférico y la carretera a Chapala, y por el norte hasta la avenida Lázaro Cárdenas.

La atención del albergue situado en la calle Constitución número 325, a unas calles abajo de las antenas televisivas del Cerro del Cuatro, recae en la asociación civil Proviaso, fundada hace más de 30 años, cuyo actual presidente es el padre Alberto; asimismo, varias manos más colaboran con el religioso: el padre Esvin Rolando Marroquín Sánchez, de los misioneros de San Carlos; las Misioneras de la Eucaristía, pertenecientes a la Iniciativa Kino en Nogales, Sonora; el administrador Rubén Ramírez Vázquez; Raquel Suárez, encargada del bazar; Luz Elena, trabajadora social; Nena, encargada de la cocina; y la psicóloga, Sarahi Ruiz.

La manutención del albergue es cubierta con donaciones de la población y de varias asociaciones civiles. Aunque se recibe ayuda, siempre son mayores las necesidades. Cada día el arribo de migrantes es mayor. El flujo no parece detenerlo nadie. El horario del albergue es de seis de la mañana a once de la noche. Nadie puede entrar o salir fuera de esas horas. El lugar cuenta con servicio de circuito cerrado de video vigilancia y un velador. Los servicios que se brindan son tres noches de alojamiento, tres alimentos por día, ropa y calzado, un servicio simple de medicina, y la posibilidad de realizar una llamada telefónica a las comunidades de origen. Además, el comedor ofrece 80 comidas diarias a personas de bajos recursos, así como 300 despensas mensuales. El comedor, como desde mediados de la década de los ochenta del siglo pasado, se encarga de la comida de medio día, el desayuno lo provee la casa del migrante, y la cena la ofrece una familia de la comunidad del "movimiento familiar cristiano". Todas las tardes una familia llama para preguntar cuántos migrantes llegaron y llevar suficiente alimento. En el patio trasero se cuenta con un pequeño criadero de conejos, gallinas ponedoras y patos, con eso "nos ayudamos para darles de comer a los migrantes", refiere Alberto. Al dejar el albergue, "los mandamos bien armados, sobre todo para el frío que les espera", interviene Esvin (Albergue El Refugio. Enero de 2016).

El Refugio ha recibido apoyo por parte del gobierno del estado de Jalisco a través del Instituto Jalisciense de Asistencia Social (ijas). Se obtuvieron en los últimos años 300 mil pesos con los cuales se construyeron cinco dormitorios para hombres y mujeres, sanitarios, y fue reacondicionado el patio de la casa. No obstante este apoyo, es evidente que el gobierno estatal y las autoridades municipales de la ZMG siguen sin incluir en sus políticas sociales el fenómeno migratorio y sus consecuencias; asimismo, las autoridades no han dejado de criminalizar a los migrantes, mencionando, por ejemplo, que los centroamericanos comenten delitos en la ciudad; con todo ello, los exiliados económicos sistemáticamente son marginados de posibles beneficios que pudiesen obtener de ciertas políticas sociales a su paso por nuestra ciudad.

Para romper esta lógica se impone que el debate sobre la atención a las poblaciones migrantes en el mundo se realice en planos locales y no nacionales, porque es en lo local donde se generan las dinámicas de exclusión social hacia los migrantes. No podemos ignorar la simbiosis generada entre las poblaciones receptoras y los migrantes. A querer o no, ambas realidades terminan por influirse en una nueva reconfiguración. Pero esta novedosa realidad no debe convertir a los centros de paso como Guadalajara, en lugares donde las poblaciones migrantes permanezcan desamparadas por la falta de atención gubernamental y por la puesta en marcha de políticas de seguridad y control. Por su parte, las autoridades del Instituto Nacional de Migración (inm) solo alcanza a decir que los problemas que se derivan de este fenómeno superan su capacidad de respuesta y que poco pueden hacer para terminar con la vulnerabilidad en la que se mueven mexicanos y centroamericanos por nuestro país. Éste es un caso más donde el Estado se exenta de sus obligaciones y se las endosa a la sociedad civil y a las Organizaciones No Gubernamentales (ong).

La ironía se materializa cuando los centros urbanos se transforman en lugares de larga estancia al no generar condiciones suficientes para que los errantes del siglo xxi continúen su camino. De ciudades de paso, se convierten en destinos finales. Se vuelven trampas de las cuales los migrantes no pueden salir. Las políticas de rechazo terminan por ser las condicionantes de que se queden los migrantes.

El sábado 16 de enero de 2016 tres personas (Hombre y mujer, albergue El Refugio. Enero de 2016) originarios de El Salvador venían montados en el tren desde Irapuato, Guanajuato. Las agresiones habían quedado atrás. Sin embargo, al llegar a Poncitlán los guardias del ferrocarril los encañonaron con sus pistolas. La orden se escuchó con fuerza: "Cuando pare el tren se bajan". La amenaza no se hizo esperar: "Si se suben al otro tren que viene los vamos a madrear". No hubo más opciones, caminaron setenta kilómetros desde Poncitlán hasta Guadalajara. Llegaron a El Refugio el domingo 17 de enero a las 3 de la tarde. Descansaron tres días y reanudaron su camino rumbo a Nogales, Sonora. Antes de partir comentaron: "Veremos qué dice Dios. No tenemos a nadie en Estados Unidos".

El padre Alberto comenta que a pesar de que existe en los alrededores del albergue algunas pandillas, narcomenudeo y cierto nivel de violencia en la colonia, nunca han sufrido agresiones y ni amenaza, ya sea contra los trabajadores del albergue, los sacerdotes, las religiosas o contra los mismos migrantes. De todas maneras, comenta el diocesano, a los centroamericanos se les pide que no salgan de El Refugio para evitar exponerlos a una situación inconveniente. Las únicas ocasiones que está permitido salir del albergue es cuando van a realizar algún trabajo conseguido por Alberto, como albañiles, jardineros, fontaneros, carpinteros o pintores. Al menos en la comunidad del Cerro del Cuatro esa es la forma en que los migrantes obtienen recursos para seguir su trote hacia Estados Unidos.

Sentados en el casa parroquial frente al desayuno servido por la madre de Alberto, el cura explica la diferencia que existe entre el rechazo a los migrantes por parte de los vecinos del comedor fm4 Paso Libre, en la colonia Arcos Vallarta, con un mejor nivel socioeconómico, y la ayuda que brinda su grey del Cerro del Cuatro a los centroamericanos y mexicanos que pasan por ahí. Su respuesta es corta y cala profundo: "Yo creo que en aquellas comunidades falta trabajar el recurso espiritual".

Vías vaciadas de humanidad

A pesar de los cientos de migrantes que cada año atraviesan nuestra ciudad guiándose por las vías del ferrocarril, la geografía ferroviaria tapatía da muestras de soledad, está inundada de gente invisible ante la mirada ausente de la población. Son cuerpos deshabitados. Con el "norte" desdibujado, ultrajados por el "duro camino". Sometidos por la sempiterna pobreza desbordada en sus comunidades. Carne y huesos que solo tienen permitido moverse y con ello asegurar la no permanencia en los paisajes urbanos. La estancia en cualquier lugar se debe pagar: "Si quieres estar en la vía debes traer dinero", resuena la sentencia policiaca, recordada por migrantes cercanos al caserío conocido como Pueblo Quieto, en la ZMG (Hombre. Vías del tren. Diciembre de 2015).

Los migrantes que se internan en la ZMG son ciudadanos "a la mi-tad" (González, 2014), excedentes humanos de sus sociedades (Bauman, 2015). Están lejos de acceder a una ciudadanía "completa" donde puedan cristalizar el disfrute de sus derechos. Si partimos de que el Estado de derecho no se cumple para muchos mexicanos, entonces resulta difícil que los catapultados desde Centroamérica o más al sur del continente accedan a un marco jurídico que garantice sus derechos. No solo es un asunto legal, el peso de las miradas y las acciones "ciudadanas" sobre los errantes del siglo xxi estigmatizan y arrinconan en los márgenes sociales a quienes caminan en busca de algo que nunca han tenido: una oportunidad para desarrollarse. La ciudadanía "a la mitad" implica que los migrantes "indocumentados" no acceden por completo a las cinco dimensiones de la ciudadanía plena: social, política, cultural, económica y civil (González, 2014).

Lo más grave de ello es que no gozan de la ciudadanía completa ni en la tierra de llegada ni en el pueblo abandonado. Cargan una ciudadanía pendiente, subejercida, precarizada, fronterizada y excluyente, manifiesta en la profunda e insalvable brecha entre lo formal que solo existe a partir de un mandato de gobierno y la ciudadanía sustancial, que es la esencia de su ejercicio cotidiano exento de condiciones que humanicen su existencia. No solo les faltan derechos en sus comunidades y en los lugares a donde arriban, sino que los pocos con los que cuentan ni siquiera los pueden ejercer.

Las vías ferroviarias a su cruce por el centro-poniente de la ZMG rum-bo a la periferia urbana se miran vaciadas de humanidad, flanqueadas por viviendas rodeadas de altas bardas y sistemas de seguridad. Algunos letreros repelen a los errantes del siglo xxi. En la práctica y en el discurso los migrantes son rechazados por la vecindad, condenados a la culpabilidad de todos los males presentes en la territorialidad migratoria. "Con los migrantes llega la violencia, la indigencia, las drogas, la inseguridad", se lee en algunas mantas ondeando en las esquinas. Ni siquiera es conveniente abrir las puertas de un comedor para "suavizar" el ajetreo de los errantes. "Después no sabremos qué hacer con ellos", rematan las voces del vecindario. La razón de esta negativa radica en dos argumentos, a saber: falta de seguridad por la llegada de migrantes, y la disminución de la plusvalía de las viviendas; estos dichos se acompañan de una petición: que el albergue sea enviado a zonas populares de la ciudad (El Informador, 2015). Algunos vecinos señalaron: "los migrantes afectan las colonias buenas, llévatelos lejos, donde no afecten", "sabemos que existen [los migrantes], pero llévatelos al Cerro del Cuatro, porque ahí hay gente con un perfil parecido".

Ante esta realidad, muy alejada de las faldas del sureño Cerro del Cuatro, donde conviven la indiferencia y el abandono, existe un proyecto de apoyo para los migrantes: la organización fm4 Paso Libre, que promueve la erradicación de la migración obligada y un tránsito libre y digno de las personas en el mundo con base en el respeto de sus derechos humanos. fm4 Paso libre recién ha abierto las puertas de un nuevo comedor en la colonia Arcos Vallarta, donde varios voluntarios proveen alimento, agua y ropa a los migrantes; asimismo, cuentan con servicio de sanitarios y regaderas. La organización está constituida como un grupo interdisciplinario de voluntarios que promueven la puesta en marcha de un proyecto de intervención integral con migrantes "indocumentados". El antiguo comedor se ubicaba en avenida Inglaterra 280-b entre las calles de Colón y Quetzal junto a las vías del ferrocarril. Todavía en julio de 2015 seguía abierto en esa dirección, sin embargo, fue cerrado a consecuencia de la violencia por parte de miembros del crimen organizado contra migrantes y defensores de derechos humanos que colaboraban en la organización. Esa fue la razón de su traslado a la calle Calderón de la Barca, muy cerca de la glorieta de La Minerva y a unas pocas calles de un asentamiento de casas sobre los márgenes de las vías llamado Pueblo Quieto donde los migrantes y varios indigentes se resguardan de la ciudad. A pesar del rechazo vecinal, los migrantes siguen llegando a recibir el apoyo de fm4 Paso Libre que permite "oxigenar" su tortuoso caminar.

El culto a la Santa Muerte en la ruta migratoria

En la geografía metropolitana observamos variadas prácticas y discursos culturales y religiosos que envuelven el transitar migrante e integran un mosaico multicolor del que, sin duda, forma parte el culto a la Santa Muerte.

Sin importar el tiempo de su estadía en Guadalajara, muchos migrantes inmediatamente después de bajar del ferrocarril pasan a santiguarse al santuario de la Santa Muerte, donde son recibidos por Miguel y Sonia, los "dueños" del templo y administradores del culto. "De Guadalajara salimos con la bendición de la Santa Muerte", dice un hombre minutos previos a perderse en la inmensidad de las vías del ferrocarril (Hombre. Templo de la Santa Muerte. Septiembre de 2015). "Nosotros le pedimos a todos los santos para que nos ayuden a llegar, aquí en Guadalajara sabemos que le rezan a Santo Toribio y a la Santa Muerte", afirman los salvadoreños al tiempo que se retiran la gorra para ingresar al santuario.

En la ZMG existen tres santuarios, dos ubicados en Tlaquepaque, y uno en Tonalá. En la Villa Alfarera el templo se localiza en el Cerro del Gato; los de Tlaquepaque están en Las Pintas y en Las Juntas. El primero se inauguró el 22 de julio de 2012. Se sitúa por la antigua carretera a Chapala en su cruce con San Onofre en la colonia la Huizachera; en el lugar conviven la pobreza y la urgencia económica con la devoción y la esperanza. Los servicios municipales brillan por su ausencia. Las empolvadas calles circundan centenares de casas a medio terminar. Los fétidos olores emanados de los ríos del desagüe metropolitano saturan el olfato. En su interior hay dos hileras de bancas con seis filas cada una. Varios posters le dan vida a las blancas paredes. En el muro junto al altar mayor están colgados dos crucifijos con un Cristo cada uno; la parte central la domina una gran figura coronada de la Santa Muerte cubierta con un tul blanco, está colocada en el interior de una vitrina de cristal, en sus ma-nos porta el mundo y la guadaña. Junto a ella se mira una alcancía con la leyenda: "Gustas cooperar para el abono de cada mes de su (sic) casa de la Santa Muerte. Gracias". En el centro del lugar hay una pila bautismal. A la entrada se venden veladoras negras, rojas y blancas. Antes de ingresar al santuario y toparse con un guardia mal encarado, se lee a un costado de la entrada: "Santa Muerte extiende tu mano y guarda tu espada. Transmuta dolor en alegría. Aparta peligros y males de este devoto tuyo que busca la luz para estender (sic) la vida antes de la partida".

El santuario de Las Juntas es el único que se levanta a un costado de las vías del ferrocarril, razón por la cual es el único templo que visitan los migrantes. No obstante haber sido ampliado en tres ocasiones es más pequeño que el de Las Pintas, aunque recibe mayor número de feligreses; sobre todo los días 22 de cada mes cuando se arremolinan para participar de la misa.

En la Iglesia de la Santa Muerte tienen cabida hombres, mujeres, homosexuales, ancianos, migrantes, pobres, drogadictos, alcohólicos, punks, emos, cholos, ex presidiarios, narcotraficantes, indigentes, trabajadoras sexuales, niños en situación de calle… en fin, esos que son ignorados por otras Iglesias. "La Comadre" les abre sus brazos a todos. Ella no juzga. "Candy ayuda y consuela", dice Sonia, esposa de Miguel. Según estimaciones de los sacerdotes de esta Iglesia, en México existen dos millones de seguidores de la Santa Muerte. Los actores que viven al margen de la ley se han posesionado de la dimensión simbólica de la deidad: no se trata solamente de la devoción popular de sectores socialmente marginados de la sociedad, sino de actores emergentes de la exclusión social.

Es una realidad que al pie de las vías junto al santuario de la Santa Muerte, los vecinos han construido una pequeña red de apoyo y solidaridad con los migrantes que atraviesan su barriada. "Nos falta lana, pero tenemos ganas", comentan varios miembros de una familia. Las "ganas" las observamos en las convivencias mensuales en torno a su "Santa" don-de los fieles comparten el pan y la sal con todo aquel dispuesto a paladear lo servido sobre las mesas.

 

"Ya nos vamos, ojalá lleguemos"

Nuestra incursión en zonas de dos diferentes horizontes socioeconómicos confirman lo señalado por algunos entrevistados, quienes consideran que sí existe una diferencia en el trato e incluso un discurso de criminalización implícito en los habitantes de los colonias pudientes de la ciudad. Asimismo, algunas notas periodísticas señalan el claro rechazo, e incluso, maltrato, que viven los migrantes en su paso por alguna de las colonias seleccionadas. Notas periodísticas como "Sufren migrantes el "delito" de la portación de cara", "Padecen migrantes detenciones arbitrarias, robos, maltratos verbales y golpes" e incluso, "Albergue para migrantes disgusta a vecinos", hacen constar que el paso de los migrantes centroamericanos y mexicanos por la ZMG no es por todos los ciudadanos algo bien visto. Es sabido que la llegada de una persona externa, aunque sea de paso, tiende a influir en el desarrollo habitual de la dinámica en las ciudades, pudiendo tener reacciones de diferentes estilos, y catalogada positiva o negativamente.

Debe quedar claro que no todos los que caminan a la par del tren en la ZMG son extranjeros, la aguda crisis económica del país ha ocasionado que algunos mexicanos también comiencen a utilizar el ferrocarril junto a los centroamericanos en su camino al norte: "Es que no tenemos dinero para el camión", dice un oaxaqueño avecindado en las faldas del Cerro del Cuatro minutos antes de trampear el tren junto a con unos campesinos procedentes de Guerrero, Hidalgo y Veracruz. Por las vías de Guadalajara pasa de todo, lo mismo migrantes primerizos que centroamericanos con experiencia o incluso mexicanos. Las direcciones también han cambiado, no solo se mueven de sur a norte.

A pesar de esta realidad, que resulta estremecedora para cualquier buen ciudadano que se apega al respeto de la ley, y con ella, de los derechos humanos, los vecinos de algunas colonias como Jardines Universidad, Jardines Vallarta o Vallarta Poniente, exponen un claro descontento por la indiferencia de las autoridades ante el fenómeno migrante. Sin embargo, su molestia no radica en la mala situación en la que viven estas personas o la pobreza que los arrojó a este peligroso sendero, sino más bien, es una inconformidad por la naturalidad con la que pasan por la ciudad, y se criminaliza a estos viajeros que les resultan extraños; en palabras de un vecino: "son puros maleantes, ladrones y drogadictos" y "la policía debería recogerlos y deportarlos a todos".

Lamentablemente, las colonias por las que cruza el tren cada vez lucen más descuidadas, y por consecuencia, más inseguras. Y aunque los vecinos no pueden confirmar que realmente ha habido un aumento en la delincuencia, su percepción es que el pasar de los migrantes está afectando la tranquilidad e incluso la plusvalía de sus inmuebles. En un recorrido por la avenida Inglaterra, que cruza las colonias Jardines Vallarta y Jar-dines de la Patria, su pudo hacer una comparación en el paisaje de las viviendas que colindan con las vías del tren, notando en algunos casos una clara modificación en las fachadas, la iluminación y los elementos de seguridad de las mismas.

En un comparativo entre los años 2009, 2013 y 2015, se han identificado los siguientes cambios generalizados en la avenida:

Uno de los puntos que nos ha causado mayor impresión es la medida tomada por la Iglesia Católica de Nuestra Señora de Guadalupe, la cual cerró toda su colindancia con las vías del tren con una alta maya ciclónica con alambre de púas. Para el acceso de los feligreses de la colonia que viven al otro lado de las vías, ha dejado una puerta, sin embargo, ésta solo se abre durante los horarios de misa. Aunque para algunos de los vecinos este tipo de medidas resultan molestas, consideran que son necesarias, como un medio de protección ante el pasar de los migrantes por sus colonias. En fraccionamientos como Vallarta Universidad y Jardines del Bosque, el disgusto de los colonos ha llegado a tal nivel, que no temen colocar pancartas y letreros de rechazo a los migrantes, llegando incluso señalarle a los transeúntes: "Favor de no dar limosna, no comprar a ambulantes y no alimentar a los migrantes" (Lozano, 2015).

Aunque el recorrido presentado únicamente cubre 14 de los 61 km de vías férreas que cruzan la ciudad, la muestra nos ha permitido hacernos de una idea aproximada de las diferencias en la mentalidad y percepción que varía entre aquellas áreas que resultan más amigables ante los migrantes, y en donde la llegada de éstos ha significado un claro acogimiento y empatía con su pobreza y malestar, en contraposición con aquéllas en que el discurso se caracteriza por el rechazo y la criminalización del extraño. 14 kilómetros, 10 colonias y 2 municipios nos han bastado para este primer acercamiento, que aunque sabemos resulta muy limitado y puntual, nos permite centrar la atención en la percepción de un grupo poblacional específico, que ve al migrante como un "extraño", un rechazado y un "ciudadano a la mitad" que no merece la pena voltear a ver, ni tiene derecho de cruzarse en su camino.

Por vía de mientras, sociedad y gobierno de la ZMG deben buscar soluciones locales a un problema originado allende sus fronteras. De ese tamaño es el cotidiano reto tapatío. Hoy por hoy, son escasas las posibilidades de éxito desprendidas de lo realizado en favor de los migrantes. La apuesta por invisibilizar a los centroamericanos ante los ojos de la sociedad continúa teniendo un mayor peso específico como "solución" a la sangría poblacional de Centroamérica, e incluso de los estados del sur de nuestro país. Cada día son más los migrantes mexicanos que horadan la comarca tapatía.

Referencias bibliográficas

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1 Va nuestro agradecimiento para Darien Lizette García Gutiérrez y Daniela Orozco Loza por su trabajo en la transcripción de las entrevistas realizadas y por la búsqueda de información para la elaboración de este artículo.