Formas de vivir la frontera

Género, trabajo y migración en una región habitacional de Mexicali, Baja California

 

Ways to live the border

Gender, work and migration in a housing region of Mexicali, Baja California

Inés Anahy Suárez Rivera *

Pedro Antonio Be Ramírez **

Claudia Salinas Boldo ***

RESUMEN

Este artículo tiene como objetivo comprender cómo las personas que habitan en el sureste de la ciudad fronteriza mexicana de Mexicali, Baja California, elaboran su experiencia migrante a la luz de situarse en una zona con factores de riesgos como la violencia, la delincuencia o el trabajo precario. Los datos que aquí se presentan constituyen un estudio de caso sobre mujeres migrantes de otras partes del estado mexicano, mediante entrevistas a profundidad, observación participante y diálogos con informantes clave. El hecho de encontrarse en un espacio diferente al suyo, así como la toma de decisiones para vivir en y desde un espacio fronterizo ponen de manifiesto la manera en que estas personas se conciben y se entienden ante los significados que adquiere la frontera, sean de crecimiento, de aprendizajes, de libertades o en su defecto, de encierros.

Palabras clave: migración interna, experiencia migrante, factores de riesgo, precariedad, vulnerabilidad.

ABSTRACT

This article seeks to understand how people living in the southeast of the border city of Mexicali, Baja California, develop their migrant experience in light of placing themselves in an area with risk factors such as violence, crime or precarious work. The data presented here constitute a study of migrants from other parts of the Mexican state, through in-depth interviews, participant observation, and dialogues with key informants. Being in a different space from yours, as well as making decisions to live in and from a border space, show the way in which these people are conceived and understood before the meanings that the border acquires, whether growth, of learning, but also of freedoms or failing that, of confinement.

Keywords: internal migration, migrant experience, risk factors, precariousness, vulnerability.

INTRODUCCIÓN

El estudio tiene el propósito de conocer y analizar la presencia de la migración interna en la ciudad fronteriza de Mexicali, Baja California, México, y la manera en cómo las personas elaboran su experiencia migrante en el lugar donde se presentan factores de riesgo como la violencia, la delincuencia o el trabajo precario, que constituyen formas de vivir y ganarse la vida en el norte. Asimismo, se busca conocer las estrategias que estas personas implementan para insertarse en el espacio urbano y sociocultural de Mexicali. Al estar en contacto con el otro, ya sea la población local u otros inmigrantes, indígenas o mestizos, nacionales o extranjeros, será necesario comprender el contexto en el que interactúan con la alteridad y, en ese sentido, si las fronteras que los distinguen de los otros se actualizan o, por el contrario, tienden a disolverse.

Desde siempre, en Baja California existe un creciente y dinámico movimiento poblacional, al punto que hoy encontramos a personas de diferentes partes del país y del mundo. Tan solo en el 2010, en Mexicali, capital de estado, contamos con una población migrante de 287 684 — un 31 % de la población que habita en la ciudad—, quienes vienen del estado de Sinaloa (69 719), Sonora (56 201), Jalisco (28 067), Michoacán (21 467) y Guanajuato (17 411) (Instituto Nacional de Estadística y Geografía, 2010). De ahí que tal capital sea un punto de arribo de migrantes nacionales e internacionales, aunque el crecimiento exponencial de la ciudad trae consigo la demarcación de zonas donde la marginación y la discriminación se hacen presentes. Así ocurre con el sureste que, bajo un intenso crecimiento poblacional, fue conformándose como una zona con mayor segregación socioeconómica.

Dado que la manera en cómo las personas viven y experimentan las fronteras, sean estas físicas, simbólicas o liminales, son reflejo de los ajustes, tensiones y adaptaciones que forjan ante los nuevos entornos donde se sitúan; este cruce de fronteras constituye una parte esencial de la reflexión sobre las dinámicas sociales, culturales, económicas y políticas que tiene lugar en esta ciudad. ¿Cuáles son las estrategias que los migrantes implementan como formas de vivir y ganarse la vida en un contexto fronterizo, donde la precariedad, la violencia, la marginalidad y la desigualdad se hacen presentes? ¿Cómo reconstruyen su experiencia migrante ante los embates de la cotidianeidad como la que experimentan al incorporarse a un espacio diferente?

Para tratar de dar respuesta a estas interrogantes, el artículo surge como parte de un proyecto de investigación más amplio, cuyo objetivo es hacer un diagnóstico social para identificar los recursos y estrategias que emplean los habitantes del polígono Valle de Puebla, al sureste de la ciudad, como mecanismo para mejorar sus oportunidades de vida, además de los ajustes o tensiones que resultan de situarse en un contexto diferente. Ahí se encuentra una población migrante que experimenta la precariedad social o laboral, además de otros fenómenos de exclusión social. Con ello, se busca detectar necesidades sociales, culturales, psicológicas y de política pública que beneficien a esta población que radica en la periferia mexicalense.1

Se presenta un estudio de caso sobre mujeres migrantes, originarias de otras regiones del país, que viven en la parte sureste de Mexicali, mediante entrevistas a profundidad, observación participante y diálogos con informantes clave, como ejes centrales de un estudio de corte etnográfico (Bautista, 2011; Eguiluz Romo, 2001; Galindo Cáceres, 1998; Restrepo, 2016; Vela Peón, 2013). Situarse en un espacio diferente al suyo y tomar decisiones para vivir en y desde un espacio fronterizo colocan en disputa las formas en que estas migrantes se conciben y se entienden a sí mismas a partir de su encuentro con la frontera, otorgándoles un significado de crecimiento, aprendizajes y libertades, pero también de encierros.

Una revisión sobre la migración interna en México

Jorge Durand (1988) señala que los circuitos migratorios incluyen tanto la movilización de personas como de bienes, capitales, materiales e información, cuyo tránsito implica una especie de flujo que se desplaza en direcciones e intensidades variadas. Esto es resultado de factores producidos por tales encuentros e intercambios sociales entre las personas y los escenarios de origen y destino que funcionan como espacios de atracción, permanencia, tránsito y retorno dentro del proceso migratorio.

Para el caso de migración interna o interregional, es posible advertir que cuenta con la facilidad de producir menores riesgos para quien decide emigrar, auxiliándose de las redes de apoyo social —léase familiares—, laborales o de paisanaje, que logran su incorporación a los lugares de destino, desde su alojamiento hasta su entrada a los espacios laborales. De ahí la importancia de las redes para reducir los costes, evitar penurias y fracasos, así como el hecho de familiarizarse con la experiencia de migrar. Reyes Miranda y Cazal Ferreira (2010) mencionan que la migración interna ha determinado la configuración social y demográfica del estado mexicano.

Los procesos de modernización y globalización facilitan el desplazamiento de los individuos, indistintamente del lugar donde se encuentren. Ejemplo de ello es que desde las primeras décadas del siglo xx existía un circuito de personas a razón de la demanda de mano de obra a ciertas ciudades medias del centro y norte del país, pues ahí estaba gestándose el desarrollo industrial, además de la búsqueda de seguridad por el temor resultado de la Revolución mexicana. Asimismo, la migración indígena, como refiere Morales Hernández (2006), empieza a cobrar relevancia en las ciudades y evidenciar los conflictos en el ámbito del agro mexicano, pese a la reforma propuesta por Lázaro Cárdenas (1934-1940) durante su mandato en la presidencia del país.

Este autor señala que entre 1940 y 1970 se genera una desigualdad interregional por el desarrollo industrial de ciertas zonas del país, motivada por las políticas mexicanas. Para Reyes Miranda y Cazal Ferreira (2010), la sustitución de importaciones, como modelo para afianzar el mercado interno, constituye la época de 1955 a 1970, basada en los cambios sobre los patrones de desplazamientos a nivel interregional. Este hecho marca la fase de la industrialización de las ciudades, aunque propicia el menoscabo de aquellas regiones rurales consideradas no prioritarias e innecesarias para esta lógica económica más que su incorporación como mano de obra. Así, surgen importantes oleadas de migrantes indígenas que llegan a las grandes zonas metropolitanas del Estado de México y Monterrey, Guadalajara y la Ciudad de México, y se inicia la discusión sobre temáticas propias de la antropología urbana, el mercado de trabajo y por supuesto del campesinado.

Bajo este panorama se presentan dos estudios clásicos de la antropología mexicana referente a la migración rural-urbana. Uno de ellos es proporcionado por Larissa Lomnitz (1975) sobre el tema de la marginalidad en la zona denominada Cerrada del Cóndor en la Ciudad de México, de 1969 a 1972, donde discute los elementos de supervivencia (acciones y pautas) a los que recurren “los marginados” mediante las redes de parentesco concebidas al interior de los hogares. El segundo estudio es presentado por Lourdes Arizpe (1975) sobre el caso de “las Marías” en la Ciudad de México a partir de la migración de indígenas mazahuas y otomíes. El menoscabo del campo, así como el crecimiento poblacional junto con empleos mejor pagados en la ciudad, la autora refiere, son aspectos que explican el cómo y el porqué de migrar. También demuestra la importancia de las redes sociales al interior del grupo para promover su incorporación a la ciudad, a la vivienda y al empleo.

Estos trabajos configuran el punto de partida para una visión renovada sobre la comprensión y los paradigmas que explican la migración interna en México, sea de indígenas, mestizos, o bien desplazamientos entre ciudades intermedias. Ya entre las décadas de 1985 a 2005 se tiene una diversificación de las actividades económicas a raíz de las crisis económicas ocurridas en el país, junto con las exportaciones y la apertura económica en el marco de la globalización. Aquí, Reyes Miranda y Cazal Ferreira (2010) mencionan que se inauguran las migraciones intermedias o interregionales hacia ciudades intermedias o regiones donde se impulsa la actividad económica orientada a la captación de divisas como lo es el turismo. Este movimiento constituye un eje de análisis sobre el contexto sociodemográfico de los mexicanos, sean indígenas o mestizos, del campo o la ciudad, con implicaciones importantes en los patrones sobre la dinámica migratoria interna o interregional.

La migración interna en México desde múltiples miradas

En el año 2000, Marina Ariza (2000) plantea que el foco del análisis no es ya precisamente la migración hacia Estados Unidos ni los mercados de trabajo. Más bien, se centraba en el carácter procesual de la migración en su vinculación dinámica con otras variables sociodemográficas. De esta manera, se estudian en relación con la migración femenina la oposición entre los espacios públicos y privados, y la identidad. Existe un gran interés por destacar la heterogeneidad de los procesos migratorios antes de su homogeneidad. Además, el género debe considerarse como un concepto teórico-central y no como hasta ese entonces: una variable más dentro del fenómeno migratorio.

En el libro de Laura Velasco Ortiz (2005) se pueden advertir historias de vida de mujeres mixtecas localizadas en la frontera noroeste de México y el suroeste de Estados Unidos. En los testimonios reunidos por la autora, las migrantes recrean su propia identidad, donde surgen conocimientos, sentimientos e imágenes relacionados con la decisión de emigrar, los movimientos de población y llegada al nuevo sitio, de tal suerte que “crea una conciencia narrativa de identidad que asimila las experiencias del tiempo y el espacio vinculadas a la migración y a la vida de activistas indígenas” (p. 10). Son narrativas de vida que refieren al espacio situado de estos mixtecos en ambos lados de la frontera norte, cuyas memorias constituyen una nueva conformación identitaria de comunidad como migrantes transnacionales.

Sobre la importante conexión entre la migración nacional e internacional, Andrea Rodríguez, Jennifer Wittlinger y Luis Manzanero Rodríguez (2007) tratan el caso de los tunkaseños para demostrar cómo la migración previa hacia Quintana Roo sirve, a manera de escuela, para posteriormente lanzarse a una migración internacional. Desde la década de los años setenta, estos migrantes yucatecos de la región maicera se dirigen a Cancún para insertarse en la industria de la construcción hasta ubicarse hoy día en sitios de la Riviera Maya y Playa del Carmen, principalmente.

La experiencia previa en Quintana Roo, para estos autores, otorga un mayor conocimiento y comprensión sobre el estilo de vida que se experimenta en el marco de la migración, pues se minimizan los riesgos y los costos al migrar a Estados Unidos. Esta complementariedad se nutre por la formación de redes sociales, cuya influencia es decisiva para el éxito migratorio.

Sobre las redes sociales, Dalia Ceh Chan (2009) analiza la dinámica que ocurre entre los estados de Yucatán y Quintana Roo, considerando los procesos históricos, sociales, estructurales e inclusive ecológicos involucrados en los movimientos de población yucateca hacia la Riviera Maya, específicamente a Playa del Carmen. Con el crecimiento de ciudades turísticas ubicadas en la costa del Caribe mexicano y la salida de campesinos henequeneros en busca de mejores oportunidades, estos migrantes se insertaron en la actividad turística que estaba floreciendo hace poco más de cuatro décadas. Un elemento crucial para entender esta migración interna reside en las redes sociales que, junto al capital social, son los aspectos que dan sentido, coherencia y explican los ajustes e incorporación de los migrantes. Dichas alianzas permiten, disponen y amortiguan la continuidad del circuito migratorio y al mismo tiempo se actualizan, posibilitando el arribo de nuevos paisanos.

Al referirnos a la ciudad turística de Cancún, un importante estudio, por su carácter novedoso, es tratado por Felipe Reyes Miranda y Alejandra Cazal Ferreira (2010) sobre la migración interna reciente. De esta manera, presentan una caracterización sobre los migrantes recientes que arriban a esta joven ciudad: sobre aquellos con menos de cinco años de residencia, los autores encuentran que llegan de urbe a urbe (Mérida, Tuxtla Gutiérrez, Ciudad de México), de ahí que la relación rural-urbana no es predominante. La población es joven, casada y con educación básica, de clase media y procedida por un acompañamiento familiar, inserta en actividades laborales (construcción y turismo) y menos en actividades de disfrute u ocio. El estudio resalta la diversidad sociocultural que conforma a Cancún bajo un mosaico constantemente reinventado.

Emilia Velázquez-Hernández (2013) presenta un estudio de caso centrado en la migración de la población indígena que habita en la Sierra de Santa María, al norte del Istmo veracruzano, con destino hacia la frontera norte de México, a mediados de la década de 1990. Los trabajadores nahuas y popolucas de la Sierra de Santa María emigraron al norte del país en busca de empleo insertándose en la industria maquiladora en Ciudad Juárez, Chihuahua, y después al trabajo en los campos agrícolas de Sinaloa. Esto ha generado una diferenciación social y económica de ambos escenarios fronterizos, producto del imaginario colectivo de los migrantes y de los nuevos aprendizajes socioculturales, técnicos y de derechos a partir de la lógica del neoliberalismo.

Magdalena Ávila Lara y Jorge Mercado Mondragón (2015) catalogan como migración forzada o desplazamiento interno forzado a la forma de población desplazada que va en escala a razón de la violencia en México. Desde finales de la década de 2000, la acción de los cárteles criminales y la lucha del Estado mexicano por combatirlos ha dado como resultado la descomposición social de pueblos, ciudades y entidades, afectando de sobremanera a la población, particularmente a las mujeres. Estados fronterizos como Tamaulipas, Chihuahua, Baja California, además de Michoacán, Guerrero y Veracruz son espacios de pugna y conflicto donde las familias enteras son obligadas a abandonar sus hogares, trastocando sus dinámicas de vida.

Mazatlán, Durango, Colima, Querétaro y la Ciudad de México son algunos sitios receptores de migrantes forzados, pero se desconoce el número exacto y los movimientos de población que dirigen el flujo de los desplazados. Asimismo, los autores indican que existen otras causas de migración forzada como son los conflictos sociales, la discriminación o los recursos naturales, además de los megaproyectos impulsados por el neoliberalismo.

Las mujeres destacan entre la población con derechos vulnerados. La violencia está generalizada en el marco de la migración forzada dada la desigualdad social —particularmente para mujeres indígenas—; a ello se suman las rupturas personales y familiares, y la violencia sexual que experimentan. El país debe proveer estrategias de atención hacia las mujeres, y hacia sus hijos, así como a toda la población desplazada.

Un estudio centrado en el mercado de trabajo y la migración intrae interestatal es presentado por Varela Llamas, Ocegueda Hernández y Castillo Ponce (2017). A partir de un análisis con microdatos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo de 2000 y 2010, indican que Baja California es un escenario de desarrollo económico importante al fungir como entidad de atracción migrante. El desempleo, el grado escolar e incluso la búsqueda de mejores trabajos son motivos para emigrar; se suma a ello la insatisfacción familiar o personal. De ahí que los autores señalen la importancia de contar con mercados labores basados en mejores condiciones tanto en los estados expulsores como en los receptores de migrantes.

Como puede observarse, este repaso de algunos estudios sobre la migración interna o interregional en México nos habla de formas de vivir, entender y concebirse en la frontera y más allá de la línea divisoria entre países. Asimismo, se ponen a discusión los ajustes e innovaciones que los migrantes realizan sobre sus prácticas cotidianas y experiencias de vida en los lugares de destino para construir sus pertenencias e identidades. La migración interna presenta una nueva visión sobre el ir y venir de bienes, personas y costumbres, así como de su encuentro con el nuevo lugar a través de sus habitantes, tal como ocurre en la ciudad fronteriza de Mexicali, Baja California.

El abordaje metodológico

En la comprensión de la realidad social, el método hermenéutico permite descubrir el significado de las cosas al centrar su atención en el actor social, quien desde sus esquemas interpreta su mundo de vida, es decir, los discursos, las narrativas y los textos desde su singularidad (Berger & Luckmann, 1984; Eguiluz Romo, 2001; Geertz, 1992).

Bajo una mirada principalmente cualitativa, el estudio de caso que aquí se presenta analiza las diversas maneras en las que las mujeres migrantes que habitan al sureste de la ciudad de Mexicali elaboran sus experiencias al (con)vivir en la frontera norte y las formas que emplean para ganarse la vida, colocando en la discusión las estrategias sociales, culturales, económicas o políticas que desarrollan.

Se proponen herramientas como la entrevista a profundidad, observación participante y diálogos con informantes clave, enmarcados en los estudios etnográficos (Galindo Cáceres, 1998; Restrepo, 2016; Vela Peón, 2013). Para estos fines, las dimensiones o campos conceptuales que se plantean constituyen la base para conocer, desde la construcción social, los significados que estas mujeres migrantes elaboran sobre los ajustes o tensiones que resultan de vivir en esta ciudad fronteriza. Los campos o dimensiones conceptuales propuestos para dar cuenta de esta realidad son las razones para migrar; el capital social, capital humano y apoyo social, y la experiencia de vida en el lugar de destino.

Asimismo, desde esta perspectiva donde la realidad es “aprehendida, entendida, organizada y llevada a la vida cotidiana” (Bautista, 2011, p. 10), se emplean dos tipos de lectura propuestos por Lindón Villoria (1999) para el análisis de la información recolectada. Se trata de una lectura horizontal y otra vertical sobre los datos recolectados para encontrar los puntos de intersección, de cruce entre los actores sociales y las dimensiones conceptuales que guían sus discursos. Finalmente, tomando en cuenta las consideraciones éticas en los estudios de las ciencias sociales, los nombres de las participantes fueron modificados conforme al principio de confidencialidad.

Mujeres migrantes, experiencias de vida y acumulación de capitales

Mexicali es una capital de movilidad migratoria cuya frontera con Estados Unidos permite advertir oportunidades de crecimiento y ganancias para mejorar el nivel de vida. Esta zona ha sido de atracción para el arribo de industrias y flujos de comercios que se han localizado de manera estratégica por la ciudad, demandando, cada vez más, mano de obra. Si bien la dinámica de la migración se relaciona con el factor de la carencia económica en el lugar de residencia, como mencionan Varela Llamas, Ocegueda Hernández y Castillo Ponce (2017); se entiende que este movimiento crea retos y desafíos en el transcurso y la llegada al lugar destino, por lo que emprende varios factores entre la migración, el capital social y humano, así como el apoyo social que se establece en el contexto de inserción.

En este apartado, mencionaremos la vida de tres mujeres migrantes entre 49 y 61 años, originarias de Veracruz, Tamaulipas y Guanajuato, quienes comparten su experiencia al llegar a Mexicali, una vez que decidieron dejar su tierra. Su interés se dirige hacia el norte de México para permanecer con familiares o amistades, quienes ya se encontraban residiendo en la frontera, y poder encontrar condiciones de vida más favorables que, con el tiempo y la experiencia, les posibilita repensarse entre el lugar de origen y el destino. A partir de las dimensiones o campos de análisis que aquí se proponen, se coloca en la discusión las formas de vivir la frontera y, por ende, en una ciudad del norte del país.

Razones para migrar

Uno de los aspectos que conforman el proceso migratorio es el hecho de salir de sus lugares de origen y una de esas razones que explican estos desplazamientos refieren a vivir la aventura de la migración, ya sea por intercambios de experiencias o relaciones con otras personas que ya han migrado a otros lugares, los cuales pueden influir en la decisión de un destino a elegir (Arango, 2000; Ramos Rodríguez, 2013). Así ocurre con la señora Mireya Ordoñez, de 49 años, originaria de Salamanca, Guanajuato, quien comenta llegar sola hasta Mexicali para visitar a su hermano y, a su vez, con la expectativa de un mejor desarrollo económico:

Uno de mis hermanos, de los más chicos, vino aquí a querer ir a los Estados Unidos de ilegal, como suele pasar por la misma situación económica. Bueno, pasaba que en Salamanca no había trabajo y se fue a Estados Unidos, pero no le gustó, y aquí [en Mexicali] tenía unos amigos con los que iba y ellos tenían familiares aquí y aquí se quedaron. Él aquí se quedó, aquí se casó, pero como él ya tenía mucho tiempo sin ir a la casa [en el pueblo], pues tenía ganas de verlo. Pues me vine de visita a verlo de vacaciones y aquí me quedé con él. Y otro de los factores pues que también en plan de trabajo porque allá no había trabajo (entrevista con M. Ordoñez, 2019).

Para los estados del sur, el norte de México crea una expectativa favorable para el desarrollo económico por ser una fuerza de trabajo y, a su vez, ser una zona vecina de Estados Unidos, como lo reportan Velasco Ortiz (2005), Velázquez-Hernández (2013) y Varela Llamas, Ocegueda Hernández y Castillo Ponce (2017), por citar algunos. Pero esta movilidad, por su parte, también puede llegar a ser una alternativa para huir de situaciones que atenten contra la vida o dignidad personal (Canales Cerón & Rojas Wiesner, 2018), tal como lo expresa la señora Sofía Jiménez, de 61 años, originaria de Coatzacoalcos, Veracruz:

Yo me separé de mi esposo. Era de los que tomaba y me insultaba. Entonces, cuando yo tuve a mi niña yo ya no podía permitir que él me estuviera insultando delante de ella. Entonces, decidí separarme de él, pero él nunca me dejó en paz: me seguía, me molestaba, me decía de cosas. Entonces, sí, como para poner tierra de por medio, estaba una amiga aquí [en Mexicali] que me dijo que, si yo me quería venir a trabajar, yo me podía venir a trabajar; y yo, con tal de terminar con esos problemas, me vine para acá (entrevista con S. Jiménez, 2019).

La señora Sofía tomó la decisión de alejarse de su tierra natal a consecuencia de condiciones que ponían en riesgo su estabilidad personal, aventurándose a la experiencia de migrar hacia el norte con su hija, y así, dar frente a la adaptación de un nuevo contexto social que exigía su inserción laboral y una “nueva vida”:

Cuando uno viene de allá es bien difícil porque tú podrás tener una casa muy bonita, puedes tener muebles, camas, buenas cosas; pero no te puedes traer nada. Una maleta te traes con poquita ropa y acá es donde tú compras tus cosas y haces otra vida porque no es igual allá que acá [...]. Vienes con la ilusión de trabajar, pero como no estudiaste una carrera, tú vas a trabajar en una fábrica, en una casa, en lo que haya; más si tienes una hija y quieres sacarla adelante, con más razón (entrevista con S. Jiménez, 2019).

Por su parte, la señora Mireya explica la diferencia que encontró en su cambio de residencia y las situaciones de su ciudad de origen con la esperanza de “vivir mejor”. Tal como lo mencionan Varela Llamas, Ocegueda Hernández y Castillo Ponce (2017), el cambio migratorio debe traer consigo beneficios que compensen esta movilidad cuando hay diferencias salariales entre el lugar de origen y el destino:

Allá las cosas no son tan caras, pero al igual no te compensa para decir: ‘Me va a sobrar para irme a pasear, me va a sobrar para comprarme un carrito o para hacer algo’. No te lo da; te lo da como para vivir, estar comiendo, estar viviendo en tu casa, a lo mejor rentada, pero a lo mejor tienes que hacerle muchas cosas porque no están en buenas condiciones y no te alcanza mucha de las veces. No podemos [comprar casa] porque cuesta mucho trabajo, porque no te cuentan los puntos [para cotizar una casa] por el sueldo también. Es muy bajo el sueldo y no te cotizan muchos puntos; tiene que pasar mucho tiempo para agarrar una casa. ¿Qué hace la gente? Pues mejor compra un terreno y como puede lo finca y es su casa. Por eso, allá casi no hay fraccionamientos; últimamente sí, pero no hay fraccionamientos como aquí que en cada lado hay (entrevista con M. Ordoñez, 2019).

El cambio migratorio es un choque social que propone la búsqueda de estrategias para adaptarse a la “nueva vida”, como describe la señora Leticia Porras, de 56 años, originaria de Tampico, Tamaulipas, el dejar su ciudad natal para emprender con su familia a un nuevo destino:

Allá dejamos la casa. Nada más vendí las cositas que tenía, agarramos maleta, nos fuimos a Tampico; agarramos unas cosas que yo tenía, vendí unas cosas, acompletamos para el pasaje [...]. Nos rentaron una casa en Mexicali que estaba destruida, que la habían desvalijado, y nosotros le pusimos techo, le pusimos cartón, le pusimos unas puertas y la arreglamos. Cuando llegamos aquí, llegamos con cobija. No teníamos estufa, llegamos con una estufita para conectar, y allá afuera poníamos leña, palitos, carbón y empezamos así (entrevista con L. Porras, 2019).

Los testimonios de las señoras Leticia, Mireya y Sofía ponen de relieve las formas de incorporarse a la vida del nuevo lugar, las decisiones y ajustes motivados por la búsqueda de nuevas oportunidades de vida, para ellas y para sus familias.

Acumulación de capitales: capital social y capital humano

Al migrar, la persona se encuentra en un ambiente distinto y nuevo en el que es necesario buscar redes de interacción que aporten a su participación dentro de un mercado laboral y un contexto social favorecedor para su estadía. Precisamente estas redes son características de la migración: la vinculación con grupos benéficos ayuda al migrante a superar dificultades en el inicio de este camino (Arango, 2000). A estas redes Pierre Bourdieu (1986) le llamó capital social, entendido como “la suma de recursos, reales o virtuales, en virtud de poseer una red duradera de relaciones de conocimiento y reconocimiento mutuo más o menos institucionalizadas” (p. 248). De acuerdo con esto, la red de relaciones se mantiene a partir de una utilidad de recursos proveniente de un grupo colectivo que se favorece del intercambio material o simbólico y propician el apoyo de distintas maneras, como es en el caso de las señoras Sofía y Leticia, que se vieron beneficiadas por personas vinculadas a su contexto:

Me encontré con unas personas súper buenas y los sentí como mi familia, como mi abuelito porque eran personas ya grandes de 70 años [...] y me dijeron: ‘Te vamos a ayudar’, y ahí me quedé con ellos. Ellos me apoyaron mucho porque llegué y me enfermé: me dio fiebre, me dio tos, gripa y tenía cuatro días de estar aquí y sin dinero. Y tuve ese valor de ir a una farmacia que estaba aquí cerca y le dije al doctor: ‘Doctor, no tengo dinero, pero estoy mala y vine a trabajar’. Me dijo: ‘No eres de aquí, ¿verdad?’. ‘No, acabo de llegar, tengo cuatro días, pero no tengo dinero y estoy mal, y quiero que me fíe el medicamento para sanar y poderle pagar’. Pues que me dice que sí. Me inyectó, me dio medicamento; al otro día yo estaba bien y me puse a trabajar, y lo primerito que hice fue ir y pagarle (entrevista con S. Jiménez, 2019).

Llegamos en el [año] 97 a una casita y ya empezamos a hacer amistad. Nos regalaron un refrigerador y luego nos dieron un cooler, y lo pagamos en abonos. Y, luego, uno de los vecinos muy amable nos trajo del otro lado [de la frontera] unos colchones y los colocábamos en el piso y ahí dormíamos. Como a los 15 días pasó el de las camionetas —ya ves que venden camas, colchones— y yo de ahí saqué una cama. Me regalaron un comedorcito, nos prestaron unas sillas, son cuatro [...], después compramos un comedor, compramos un jueguito de sala y arreglamos bonito. Luego luego, ya vivíamos decentemente (entrevista con L. Porras, 2019).

Tanto la señora Sofía como la señora Leticia lograron insertarse en una estructura social que les ayudó en el alojamiento, en el cuidado de la salud en el caso de Sofía, así como en la solidaridad de su recuperación económica. Estos recursos, resultados del capital social, pueden presentarse como “préstamos sin interés” (Portes, 2007), que tienen la expectativa de un retorno de transacción en un plazo temporal sin fecha límite y que está alejado del interés hacia una recompensa material. En el caso de las dos mujeres, las personas dentro de su red social aportan desde una fuente moral o solidaria, que los motiva a cobijarlas como una acción apropiada y correcta de lo que “debería” ser en apoyo a la lejanía de sus tierras y al encuentro de lo desconocido.

De manera similar funciona con “la información acerca de las condiciones del mercado, sobre dónde encontrar empleo y una generalizada ‘buena voluntad’ en transacciones mercantiles” (Portes, 2007, p. 681). Así pues, la estructura social puede favorecer en la permanencia del migrante u obstaculizar su progreso. En su llegada, Leticia relata la “línea delgada” entre el apoyo y la barrera que se encontró al buscar oportunidades laborales:

Andábamos buscando trabajo, ya teníamos aquí quince días, y decía: ‘¿Cómo le vamos hacer?’. Y, bien perdidos, le decíamos a la gente: ‘¿Dónde queda el pueblo, el centro?’. ‘Ay, ¡quién sabe!’. Y nosotros, pues, ¿cómo le hacemos? Nadie nos decía para dónde estaba el pueblo, no sabíamos andar en el camión, nada más era decirnos para dónde es y nosotros vamos. Pasamos por una panadería, era gente de Sinaloa y que nos dicen: ‘¡Ay! ¿De dónde son?’. ‘Nosotros no somos de aquí; mi marido anda buscando trabajo, pero no encuentra’. Y que me dice: ‘Te voy a dar una dirección, vayan ahí’. Y así fue. Es gente que no es de aquí [de Mexicali] que te ayuda, la gente de aquí no te ayuda. Los que estamos emigrados aquí, de otro estado, somos los que nos ayudamos (entrevista con L. Porras, 2019).

Después de su alojo en el territorio fronterizo, las mujeres emprendieron y potencializaron sus habilidades para incorporarse en el área laboral y desarrollar su economía. Mireya se insertó en el sector maquilador y, a su vez, Sofía y Leticia buscaron estrategias de iniciativa según sus aptitudes, las cuales se pueden entender como capital humano, que Hernández y Tovar (2005) definen como el “conjunto de conocimientos y experiencias que poseen las personas y que van a influir en su rendimiento laboral o productividad” (p. 344). El capital humano refiere a la educación y capacitación, a la salud y la experiencia laboral, entre otros aspectos (Becker, 1983). Así lo refieren los siguientes testimonios:

Venía un carro con una bocina que vendía elotes y me dije: ‘Si yo sé hacer tantos tamales, sé hacer comida, sé trabajar, ¿por qué no hago tamales?’. Y salí y le dije al señor que se parara, y sí se paró, y le dije: ‘Oiga, ¿vende elotes?’. ‘Sí’, dijo. ‘Ay, es que yo quiero hacer tamales [...] ¿En cuánto da la docena de elotes?’. ‘La doy en 2.50’. En ese entonces, fíjese, tenía 60 pesos. Quería hacer tamales para vender; no tenía olla, no tenía leña, no tenía manteca, ni pa’l elote me alcanzaba [...]. Y le dije: ‘Oiga, ¿y sí me puede fiar?’. ‘Sí. ¿Cuántas docenas quiere?’. ‘Quiero 6’. Y me dijo: ‘¿Y si le dejo las 10 docenas?’. ‘Ah, pues déjemelas. ¿Cuándo viene?’, le pregunto. Me dijo: ‘Vengo en cuatro días’. ‘Ah, en cuatro días se las pago’. Y llegué con los vecinos, personas tan buenas, y un señor me dijo: ‘Usted no se me ponga triste, aquí está una vaporera, le voy a dar yo manteca y le voy a dar azúcar’. Me acerqué a un canalito que estaba [ahí cerca de la casa] y empecé a agarrar leña. Y sí me puse, luego luego, a hacer los tamales. Los hice ese mismo en la tarde. Mire, no me lo va a creer, en cuatro casas me compraron los tamales. En cuatro casas de por ahí cerquita fui y les dije que si no querían tamales de elote, y me decían: ‘¿Pero no eres de aquí?’. ‘No, yo soy de Veracruz, pero llegué enferma y no traigo dinero’. Y que me compran tamales (entrevista con S. Jiménez, 2019).

Empecé yo hacer pasteles. Tenía más o menos el conocimiento y vendía en rebanadas. Mi papá me ayudaba mucho: se iba pa’l pueblo y nos traía ropa de segunda y vendíamos allá afuerita y sacábamos una feriecita. Vendía tamalitos, vendía pasteles, nos iba muy bien ahí. Yo en la escuela [de mis hijos] hice amistades, vendía tamales; me compraban tamales los maestros y fui juntando ahí mi dinero. Hacía pasteles. Mi especialidad son los pasteles de tres leches [...]. Yo soy costurera, yo sé hacer tamales, pasteles, sé hacer comida, sé limpiar casas, sé muchas cosas. ¿Por qué motivo? Porque siempre tenemos que mejorar, y ya con eso empezamos a tener carritos, refrigeración en la casa, y ya todo mejor (entrevista con L. Porras, 2019).

Toda persona cuenta con distintas habilidades según su experiencia y conocimientos, como lo mencionan las señoras Sofía y Leticia. Tanto Rodríguez, Wittlinger y Manzanero Rodríguez (2007) como Ceh Chan (2009) apuntan que estas redes de relaciones les permiten a las personas perseverar con base en la potenciación de sus recursos y, al mismo tiempo, establecer lazos de interés que apoyen e impulsen sus capacidades para el alcance de sus objetivos.

Experiencia de vida en el lugar de destino

Gracias a la red de relaciones que mantenían en su entorno, las mujeres pudieron generar fuentes económicas que alentaron su permanencia en el sitio y el fortalecimiento del vínculo y, con ello, establecer el apoyo social. Fernández Peña (2005) alude a tres niveles que están interconectados dentro de este apoyo social, haciendo referencia a la integración social, las redes sociales que aportan en la unión de las personas involucradas, así como un vínculo estrecho que crea una responsabilidad mutua y la búsqueda del bienestar para los demás.

Yo siento que a mí la gente del ejido [del valle de Mexicali] me quieren, y yo los quiero mucho. Yo, si algo les pasa la gente, les lloro, así como si se muere mi familia, así yo les lloro, y voy porque ellos estuvieron conmigo cuando yo más los necesité. Entonces yo no tenía ni un cinco, y en un ratito yo ya tenía 500 pesos. Tengo una amiga que quiero mucho, y me dijo un día: ‘¿Haces tamales?’. ‘Sí’, le dije. ‘¡Ay!, es que yo quiero que me hagas veinte’. A veces me decía: ‘Ven a la casa y me ayudas a limpiar’. En aquel tiempo ella me daba 400 pesos. Yo pienso que yo no me los ganaba, pero ella me ayudaba. Hasta la fecha ella es mi amiga (entrevista con S. Jiménez, 2019).

El lazo que se creó entre la señora Sofía y su entorno, residiendo 31 años en Mexicali, ofrece una comprensión sobre la fortaleza de su estructura de apoyo social, que la sumerge en un sentido de pertenencia. La formación de arraigos a partir de lazos se mantiene con el territorio destino, en el que se construyen significados subjetivos con base en las experiencias personales, en sus vivencias (Fernández, 2005; Ramos, 2013):

Siempre que oigo hablar mal a alguien de Mexicali me pongo a la defensiva porque como a mí sí me ha ido bien... No porque me den, sino por mi trabajo y por las amistades que tengo, que siento que me estiman como yo a ellas. Como yo le dije a mi hermana: ‘Nosotros nos vamos a morir allá [en Mexicali] y allá nos vamos a quedar’. Y que me dice: ‘Ay, ¡pero si no eres de allá!’. Nosotros ya compramos terreno aquí para el día que me pase algo, que [mi hija] no ande batallando en que ‘¿dónde voy a enterrar a mi mamá?’. Nosotros ya tenemos comprado nuestro terreno porque nos vamos a quedar (entrevista con S. Jiménez, 2019).

Yo siento que a mí Mexicali me ha dado mucho. Ya el que vive aquí y no lo aprovecha o no trabaja es porque no quiere salir adelante. Yo siempre lo he dicho: ‘Mexicali es una tierra de oportunidades y el que no la aprovecha es porque no quiere’. Pero está muy bien vivir aquí, yo creo que por eso la gente está estable aquí y decide quedarse a vivir aquí, porque yo decía: ‘¡Ay, no!, este lugar está muy caro todo’. Pues a comparación de allá es muy barato [Guanajuato], la comida, la renta […]. Pero, en realidad, si te pones a ver, los sueldos tampoco son tan bajos [en Mexicali] y se compensa y tienes más oportunidad de hacer algo, hasta para sacar una casa; allá es bien difícil. Entonces, aquí sí tienes muchas oportunidades (entrevista a M. Ordoñez, 2019).

Este lazo territorial no necesariamente tiene que llevar un arraigo de por medio, sino, simplemente, un sentido de agrado o afecto en el migrante como lo expresa la señora Leticia, quien después de 22 años residiendo en la ciudad busca retorno a su lugar de origen considerando los proyectos que la hicieron emigrar como concluidos, y así poder retomar nuevamente su vida en ‘otros aires’:

De lo que sí estoy muy agradecida con Mexicali es eso: mis hijos terminaron la preparatoria. Yo sé que aquí hay mucho avance, yo aquí tengo este espacio de terreno, yo sé que si quisiera hacer algo yo lo hiciera, pero como siempre les metí la idea de que nos íbamos a ir, mis hijas ya quieren ‘cambiar de aire’. Me dicen: ‘Oye, amá, y, si ya nos vinimos para acá, ¿por qué no investigamos y nos vamos otra vez?’. Y andan en eso (entrevista a L. Porras, 2019).

Como se puede apreciar, la vida en el norte implica una toma de decisiones, pero también asumir retos que exige la vida cotidiana en el lugar de destino. Así lo constatan Mireya, Sofía y Leticia, quienes en Mexicali encontraron un lugar para vivir, oportunidades, pero también ajustes, reinvenciones y, por supuesto, formas de retorno a los lugares de origen.

CONCLUSIONES

En este estudio se ha discutido la experiencia migrante de tres mujeres que hicieron de la ciudad de Mexicali un espacio para superarse, pero también de repensarse. Las formas en cómo se integran al espacio social también es muestra de los ajustes, tensiones e implementaciones de estrategias que explican las formas de vivir en la frontera norte. La precariedad del espacio, la vulnerabilidad social que ocurre en la ciudad y las distancias físicas, simbólicas o imaginarias son ejes de reflexión para estas mujeres y sus familias. Al mismo tiempo, pone de manifiesto la acumulación de recursos o capitales (social y humano) que les permite sortear los embates de la capital bajacaliforniana.

Un hecho que coloca a discusión la conexión entre el lugar de origen y el destino refiere a esas razones para dejar el terruño y buscar mejores oportunidades de vida sin violencia y falta de dinero. Estas mujeres, desde sus papeles asignados como madres, por ejemplo, desarrollaron habilidades y actitudes llevadas a la acción que les permitieron acceder a un estado de bienestar social y familiar. Los recursos con que cuentan —el capital social (Bourdieu, 1986, 2000) y el capital humano (Becker, 1983), así como el apoyo social (Fernández Peña, 2005) que van acumulando a través del tiempo— son ejemplos claros de formas de enfrentarse a la vida en el norte, haciéndose de vínculos, redes y apoyos de la población local que les permiten subsistir e integrarse a la ciudad.

Para todo migrante, el retorno refleja una conexión con el destino y la transmisión de imágenes, así como sentidos propios del lugar de origen. Se trata, como en el caso de la señora Leticia y su familia, de un regreso a la aventura y de experimentar de nueva cuenta el lugar de origen. Es un ejercicio que los migrantes realizan para conectarse con sus raíces más allá de las distancias y se busca, con ello, compartir el legado, la historia y las añoranzas que desean volver experimentar. Por eso, muchos elementos que se atraviesan en la dinámica migratoria ofrecen a los actores un lugar más activo y central para la transformación de sí mismos y de su entorno al enriquecer sus experiencias y sus prácticas, las cuales otorgan una variedad de significados.

Vivir la frontera conlleva diversas formas de ser y estar en el lugar de acogida, tal como ocurre en la ciudad fronteriza de Mexicali, e implica una dinámica de interacción comunicativa que posibilita el matiz del espacio físico, social y cultural con las experiencias y vivencias de los migrantes, y al mismo tiempo, con los procesos de dominación y subordinación que el nuevo espacio les exige. De ahí que una visión etnográfica desde las prácticas y la cotidianeidad social de estas mujeres migrantes permitirá comprender los elementos sociales, culturales, económicos y políticos que dan sentido a sus vidas más allá del terruño.

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CÓMO CITAR ESTE TEXTO

Suárez, I., Be, P. & Salinas, C. (2020). Formas de vivir la frontera: género, trabajo y migración en una región habitacional de Mexicali, Baja California. Punto Cunorte, 6(11), 145-170.

* Licenciada en Psicología y estudiante de la Maestría en Psicología de la Universidad Autónoma de Baja California (uabc). anahy.suarez@uabc.edu.mx

** Doctor en Antropología por la Universidad Nacional Autónoma de México (unam). Profesor-investigador de la Facultad de Ciencias Humanas de la uabc. Cuenta con el perfil Prodep y es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (sni). Sus líneas de investigación versan sobre migración, tanto nacional como internacional, grupos vulnerados, trabajo comunitario y formación en investigación, enmarcadas desde la antropología y la psicología social comunitaria. https://orcid.org/0000-0002-9798-9366 | pedro.be@uabc.edu.mx

*** Doctora en Antropología por la unam. Profesora-investigadora de la Facultad de Ciencias Humanas de la uabc. Cuenta con el perfil Prodep y es miembro del sni. Sus líneas de investigación son sexualidad y género, reinserción social y grupos vulnerados. https://orcid.org/0000-0003-4207-6970 | claudia.salinas.boldo@uabc.edu.mx

1 Diagnostico social en la periferia del sureste de Mexicali, Baja California: polígono Valle de Puebla, clave 101/2335, registrado ante la Coordinación de Posgrado e Investigación de la Universidad Autónoma de Baja California en el segundo semestre de 2019 bajo la coordinación del doctor Pedro Antonio Be Ramírez y donde participan las doctoras Claudia Salinas Boldo y Estela Salomé Solís Gutiérrez, además de Inés Anahy Suárez Rivera, estudiante de la Maestría en Psicología, y Franco Alexis Angulo Navarro, estudiante de la Licenciatura en Psicología, ambos de la Facultad de Ciencias Humanas de la universidad.